"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

viernes, 20 de junio de 2008

De la velocidad a la responsabilidad


Palabras. Certeras hasta el dolor en algunos casos, motor de los más hilarantes disparates en otras ocasiones. Y por el otro lado la cultura que exige aceleración constante, respuestas inmediatas, rendimiento, rentabilidad y resultados a corto plazo. La rapidez le tuerce el brazo a la calidad. Pero el margen de error que implica este estado de velocidad constante tiende a agrandarse con cada pisada al acelerador, con las consecuencias del caso para cada actividad de nuestra sociedad. Como si el devenir sociocultural no se hubiera acomodado todavía al acortamiento de las distancias que hoy se ha logrado gracias a las nuevas herramientas de comunicación.
De la misma manera que el cuerpo reacciona ante un intruso y produce fiebre, hoy el tejido social muestra fuertes anomalías y reacomodamientos, hasta ahora fundidos con otros problemas que enmascaran el fondo de la situación.
En la Argentina, intervenida por los medios de comunicación que finalmente llegaron a todos lados, el conflicto con el campo es un excelente ejemplo de una sociedad que corre desde atrás los acontecimientos. La noticia se expande a velocidades inimaginables, pero el margen de error que esto provoca se puede observar en los términos utilizados, no solo por los medios masivos de comunicación, sino por los propios protagonistas que son cooptados (como el grueso de la sociedad) por ellos. La forma impredecible de la comunicación se puede ver en las respuestas mediáticas entre la mesa de enlace de las entidades del campo y el Gobierno Nacional. Por presión de los medios o de sus propias organizaciones, las decisiones tomadas en ambos sectores no suelen ser una verdadera respuesta a los hechos acontecidos o a los avances de la negociación. Parecieran reacciones ante una palabra de un discurso, dejándose llevar por la coyuntura del día, sin percibir qué hay mas allá. En algunos casos, las respuestas encierran errores conceptuales de gran magnitud. Es así como en los últimos días hemos escuchado sobre una resolución (125/08) del Ministerio de Economía y Producción, terminologías de la talla de decreto, ley o impuesto. Aunque no parecen diferir demasiado en su significado, cada una de estas tres palabras encierra tratamientos distintos y otro tenor de legitimidad.
De igual manera, la aprobación o no por parte del congreso de las retenciones móviles, encerró una falacia que fue repetida por todos los medios por contagio. Detrás de la inmediatez venía cabalgando el conocimiento parlamentario, quien rezaba que no existe ningún proyecto presentado por el Poder Ejecutivo para sancionar que no pueda ser discutido o modificado por el Congreso. Si bien se lo puede votar a libro cerrado, no es una condición que pueda incluir el autor del documento. Sin embargo, durante varias horas circuló una información como mínimo errónea y antipática. Y en un momento donde la opinión pública convertida en ciudadanía está tan crispada (cada uno desde su punto de vista, equivocados o no) es necesario tener la mayor responsabilidad al echar a rodar una información que puede recrudecer antagonismos inútiles. Hoy todos están oscilando entre la desorientación y la reacción, sin medias tintas y magnificando situaciones que no coinciden con lugar y tiempo. La desinformación es una fogata que le da temperatura al ánimo social, y depositar más leña sobre las brasas con primicias inmediatas sin sustento o con una visión aproximada a la realidad puede ser peligroso. Aunque los espectadores así lo exijan.
La vorágine de la sociedad, también trae consigo otro factor desfavorable que tiene que ver con la falta de visión a largo plazo. Si bien al día de hoy, el Estado se ve como usurero y saqueador de las cuentas de los productores agrícolas, de desplomarse el precio internacional de la soja, es el mismo ente el que se va a hacer cargo de que estos productores mantengan la misma rentabilidad. Puede que la soja no baje de precio, pero los avatares económicos internacionales suelen ser impredecibles, nadie pudo predecir las crisis bursátiles de los 90, ni los efectos que llegaron a la Argentina.
Una frase muy usada por entrenadores deportivos dice “no hay que confundir velocidad con vértigo”. En un país joven como la Argentina, que sufrió tantos cambios estructurales, políticos y económicos por ruptura en los últimos 50 años, nunca sintió la presencia de una modificación paulatina en sus estructuras. Romper con lo anterior es el uso y costumbre que todos tenemos en la cabeza por herencia colectiva. Se podría probar con la receta de planear un cambio sociocultural a largo plazo, con la paciencia y la tolerancia que el proyecto colectivo requiere. No sería nada descabellado, solamente cambiar el rumbo pero manteniendo un horizonte en común.

viernes, 13 de junio de 2008

Contextos y contradicciones


Los eufemismos suelen esconder faltas graves a la verdad. Con esta frase, un profesor de Sociedad y Estado le daba el puntapié a su clase en un CBC de la Universidad de Buenos Aires. Manifestaba que en la forma de decir también se encierra ideología y remitía puntualmente a la “dictadura” militar de 1976, a la que muchos argentinos llamaban de manera morigerada “proceso”. Si bien eran tomados como sinónimos por los argentinos en general, la etimología de cada una de estas palabras remite a significados bien distintos.
Tal vez un mal argentino, una de las tantas indefiniciones que nos atraviesan, o simplemente un legado de años de miedo que quedó arraigado en el léxico como forma de victoria simbólica. Lo cierto es que el uso de las palabras aportan identidad a una generación para bien o para mal y son un excelente muestrario de las relaciones sociales que se dan en un momento determinado; incluida sus características menos amigables.
Es el viejo dilema de la denotación y la connotación. Una palabra que denota en sí su significado, puede representar (o connotar) en forma peligrosa múltiples significaciones, y algunas de ellas pueden intentar embellecer situaciones que no huelen bien. En estos últimos 90 días pudo observarse claramente algunas de estas utilizaciones de lenguaje parcializado.
Desde el principio del denominado conflicto del campo (se tomó como totalidad el conflicto de un sector del agro) se habló de un paro o huelga; la realidad indicaba que se trató de un lock out. Una protesta de trabajadores con cesación de actividades con un objetivo en común, distó demasiado de los cortes programados de rutas por parte de los patrones de campo/piqueteros en busca de presionar a las autoridades, ante el peligro de un desabastecimiento en las ciudades. En la construcción de identidad social, el que hace un piquete es piquetero, no un productor en protesta; esto se debería dar sin distinción de clase ni ascendencia social.
Cuando el gobierno acusó recibo y trató de atenuar el impacto en las ganancias de los pequeños y medianos productores, al instituir las devoluciones mediante el CBU bancario, muchos productores se quejaron porque en este sector había una considerable cuota de “informalidad” y declarar todo reduciría aun más sus ganancias. Esto, dicho con claridad, es “trabajo en negro” o “evasión impositiva”. En este caso, la contradicción en la recepción de la gente hace que se apoye a los productores que no pagan impuestos, pero se condene a un vendedor ambulante por competencia desleal en detrimento de los comercios que sí los tributan.
En un rubro similar, algo que ha sido causal de denuncia desde entidades de derechos humanos en nuestro país, tiene que ver con lo que se denomina desde el sector agrario como “trabajo familiar”. Este tipo de ocupación incluye a niños dentro del grupo, por lo cual en la cosecha se utiliza “trabajo infantil”, produciendo un doble peligro. Por un lado la exposición de menores a riesgos por la manipulación de agroquímicos y el trabajo bajo condiciones climáticas extremas; y por el otro el uso de herramientas afiladas o cargas excesivas para su edad. Por más que se hable desde la visión folclórica de la familia trabajando en la cosecha en unidad; no deja de ser una práctica aberrante que no sólo atenta contra los Derechos de los niños, sino que provoca deserción escolar y pone en riesgo sus vidas.
La construcción de realidad es fundamental para esta época donde los medios masivos de comunicación se meten hasta en el rincón más privado de nuestra vida. La repetición de esas representaciones que recibimos le dan fuerza de verdad a los mensajes, y esto puede generar que cualquier ciudadano diga, en esa reproducción sistemática, exactamente lo contrario a lo que piensa. Y ese salto de ideología se da simplemente en elecciones de pequeñas palabras, al parecer inofensivas, que pueden cambiar el sentido de una frase. También pueden hacer que los hechos de hoy, cuando se los despoje del contexto, sean leídos en el futuro como algo realmente contrario a lo que pasó. La clave está en el relato y el uso de las palabras. Algo tan sencillo y tan complejo a la vez.

viernes, 6 de junio de 2008

Haciendo Buenos Aires para pocos


Una frase hecha siempre remite a la lectura fácil de una situación compleja. Por lo tanto, y para no caer en contradicciones irreconciliables, esta será usada solamente como punto de partida para un pensamiento. Como una gimnasia de control de verborragia, la sabiduría popular reza que el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de sus palabras. No amerita este conjunto de palabras demasiada explicación. Pero llevado a la arena política se reconfigura y describe unos de los males más grandes de los últimos años. De la promesa de la panacea a la realidad de "hacer lo que se puede", o de la descripción de un gobierno ideal esta poco activa situación a 180 días de gobierno. Dicho contexto regado con una furiosa campaña de auto-propaganda que parece hacer oídos sordos a los verdaderos problemas de la Ciudad de Buenos Aires. La proclama de ser representante de la nueva política, a veces puede jugar en contra; sobre todo cuando las viejas prácticas comienzan a contaminar las declaraciones de cambio. Es así que a falta de respuestas, los ánimos comienzan a crisparse y el apoyo muta en reclamo. Algo que ha comenzado a sentir el gobierno de Mauricio Macri, sobre todo en áreas sensibles que parecen relegados de la agenda gubernamental, como salud y educación. Como si la situación actual de estas áreas sacara al gobierno porteño de la modorra de la irrealidad que constituyen día a día en las propagandas callejeras. Desde la parte formativa de la sociedad, especial focalización de la campaña, se pueden verificar una especie de choque de intereses entre una manera de cerrar los balances y el apoyo a la educación pública y gratuita. Los recortes de hasta el 500% en subsidios a entidades de educación inicial, llevan a dichos establecimientos a límites presupuestarios que apenas llegan a hacer frente al pago de los salarios docentes. Reducciones como esta repercuten no sólo en la calidad y cantidad de materiales con los que niños cuenten en tan importante etapa de su desarrollo, sino en la función social que dicho establecimientos cumplen en referencia a la contención para quienes no pueden acceder a otro tipo de jardines o guarderías privadas. Otra de las urgencias que demanda el sistema educativo como resultado de la falta de planificación y mantenimiento, es la falta de gas y calefacción en las escuelas porteñas. La ola de frío polar que vivió el país se manifestó de tal manera en colegios primarios y secundarios, que en muchos establecimientos se tuvieron que suspender las clases para no poner en riesgo para la salud de los alumnos. Otra vez la contención de la escuela se vio truncada por la falta de algo tan elemental como la red de gas, algo superlativamente más importante que empapelar la ciudad con propaganda política de una gestión no tan exitosa. Las sinuosas declaraciones de diciembre pasado, sobre el acceso preferencial de los porteños a los hospitales públicos, se estrellan hoy contra el muro que deja ver la situación de sanatorios, salas de salud y grandes centros asistenciales municipales. La falta de insumos indispensables para la atención como gasas o vendas, mina el derecho a salud de los habitantes; sean porteños, de otras provincias o de otros países. Sin contar en este caso con el descuido edilicio que sufren los profesionales de la salud y los pacientes a diario en Buenos Aires. Han pasado 180 días de gobierno macrista y el clima se muestra enrarecido. El sentido de la urgencia de sus funciones hace pensar que por detrás de ellas se concibe una ideología preocupante. Repavimentar calles o limpiar la ciudad se asemeja a intentar asemejar a Buenos Aires con otras ciudades del mundo en lo ornamental, mientras que los problemas de fondo se esconden bajo la alfombra. Como si para los temas importantes se hubiera puesto un piloto automático y se hubiera dejado que las cosas pasen con el tiempo. Y las cosas comienzan a pasar, pero en detrimento de los que menos tienen. Como si Buenos Aires comenzara a tornarse inhabitable para los sector de clase social más baja, quienes necesitan de la educación pública, de los hospitales y de contención social. Mientras se vive en la irrealidad que generan las campañas publicitarias. Estar informado al instante de lo que ocurre en una sociedad es la tarea fundamental de un gobierno. Su desconexión del contexto en algún momento genera una crisis que lo acerca a la realidad de la peor manera. Aquella que hoy los afiches quieren tapar haciendo una Buenos Aires para pocos.