"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

viernes, 29 de agosto de 2008

Generación

Los Quilmes, parte de los pueblo originarios de nuestro país, muy poco tienen que ver con las costas del sur del Río de la Plata donde se aloja una cervecería. Su ubicación original era en los Valles Calchaquíes, al norte del Tucumán, donde vivieron hasta la primera invasión de los españoles. La guerra, que duró casi 130 años, se llevó a poco menos de dos tercios de la población de la tribu. Tras la derrota, los 2000 sobrevivientes fueron encadenados y acarreados hacia Buenos Aires a pie, trayecto en el cual 1600 perdieron la vida. Durante esa horrenda travesía en manos de los españoles, los Quilmes decidieron no reproducirse para no traer al mundo hijos esclavos.
Decisión difícil la de los habitantes originarios de los Valles Calchaquíes, aunque para nada discutible si se tiene en cuenta el contexto de muerte al que fueron sometidos. Apostar a un futuro era una maniobra casi inalcanzable e impensada por este pueblo que lejos de la barbarie ostentaba un nivel técnico y de cultivo muy adelantado gracias a la influencia incaica.
Casi cuatro siglos después una historia presenta ciertas similitudes, aunque con una resolución ampliamente distinta. El terrorismo de Estado de la etapa dictatorial 1976-1983 marcó a los argentinos desde varios lugares. No sólo desde lo político o lo cultural (el miedo sistemático como algo natural), sino también desde la falta de una generación política que fue sistemáticamente exterminada por el aparato represivo del Estado dictatorial.
Como si se echara por tierra la tan mentada Teoría de los Dos Demonios, la generación nacida entre 1976 y 1983 hoy comienza a erigirse como el recambio que la política argentina comienza a necesitar. Jóvenes de entre 25 y 32 años que trascienden el lugar común de ser hijos o familiares de desaparecidos, hoy conjugan sus experiencias políticas y las aunan en busca de nuevas formas de contruir el país y la política. Lejos de un término utilizado hasta el hartazgo como “nueva política”, la renovación del ideario partidario con un pensamiento más sensible y comprometido, viene de la mano de estas nuevas generaciones.
Difícil formación tuvieron estos hijos (de alguna u otra manera) de la Dictadura Militar en lo político. Convivieron de muy chicos con las esperanzas y desesperanzas de la vuelta a la Democracia, desde la asunción de Alfonsín hasta los intentos golpistas de semana santa y la estocada final de la inflación. Vivieron una década del noventa franqueda por el individualismo y donde la clave del poder era enriquecerse y salir en revista Caras. Sobrevivieron a la sociedad para la cual no obtener el éxito instantáneo era sinónimo de fracaso. Donde el bienestar social o los planes a largo plazo se difuninaban en un pasado que se domonizaba sin cesar.
Discutiendo con la premisa de “la política es sucia y por eso no me meto”, gran parte de esta generación tomó lugares de resistencia al sistema partidario imperante. Desde la búsqueda de caminos alternativos, la crítica no le daba paso a la construcción.
La crisis del 2001 y los cambios que produjo el gobierno de Nestor Kirchner cambiaron el panorama y al día de hoy, muchos de esos jóvenes que antes no tenían un espacio para construir, se encontraron con una brecha para generar un proceso a futuro.
La historia de los Quilmes funciona muy bien como metáfora de la generación de ´76-´83. Desde el exterminio y el vaciamiento del lugar, desde este lado de la historia se apostó a la vida y fueron sus propios hijos (sanguíneos o no) los que están volviendo a tomar ese lugar y hasta tal vez cumplan los objetivos de aquellos hombres y mujeres que, fuera de los matices de cada contexto, no difiere en nada: Hacer un país mejor.

viernes, 22 de agosto de 2008

Aerolíneas y su reflejo del pasado


Promediaba el año 1988, cuando el ministro de Obras y Servicios Públicos, Rodolfo Terragno, ponía a disposición del Congreso Nacional un mega proyecto para asociar a la existosa línea de bandera Aerolíneas Argentinas, con la empresa escandinava SAS. Este acuerdo generaría un ambicioso programa a futuro que potenciaría la marca más reconocida de la aeronavegación de ese momento en Sudamérica. El revés legislativo en un recinto con mayoría opositora echó por tierra este proyecto por considerar que la línea, en ese momento en manos del Estado, configuraba un ejemplo de manejo estatal tanto en su visión de crecimiento a futuro como su éxito empresarial. Ante la negativa, SAS le propuso el mismo acuerdo a Lan Chile (una empresa de menor volumen que Aerolíneas) y cerró trato.
Durante la década siguiente, Aerolíneas Argentinas sería vendida a la española Iberia en condiciones muchos peores que las propuestas en 1988. A diferencia de sus colegas escandinavos, Iberia comenzó con un desmatelamiento de la empresa tanto a nivel estructural como humano, promoviendo la pérdida de rutas internacionales y sirviéndose de ellas como la compañía de bandera Ibérica. Tras la primera crisis en 2003 y su posterior venta a Marsans, la situación no mejoró sino más bien todo lo contrario.
Al llegar al presente, los protagonistas siguen siendo exactamente los mismos. El Congreso Nacional, una empresa extranjera, la aerolínea a bandera en discusión mientras la oposición se mantiene en contra una medida del Ejecutivo. Claro que esta vez la situación de la antigua empresa orgullo del Estado es terminal, con una deuda millonaria y un déficit operativo de 30 millones de pesos mensuales. De no mediar intervención alguna, caerá inevitablemente en quiebra.
La operación es sencilla: efectuar la valución de la empresa de manera consensuada con el parlamento, descontar a ese precio la deuda que Aerolíneas tiene al día de hoy y hacerse cargo definitivamente de la empresa para su saneamiento y posterior puesta en marcha como línea de bandera en poder del Estado. Este salvataje permitirá abastecer el mercado de vuelos de cabotaje con una línea aérea que cumpla esa función sin analizar solamente la rentabilidad del servicio.
Desde el parlamento las voces de la oposición se hicieron escuchar con un doble planteo. El primero de los argumentos versa sobre el por qué financiar a una empresa que da pérdidas con los fondos de los impuestos nacionales. Argumento que se vió derrumbado cuando se habló de la transacción, la deuda, el descuento de ella y los planes a futuro de la empresa. El segundo sesgo opositor llegó de la mano de un proyecto que proponía dejar caer en quiebra a Aerolíneas Argentinas y prontamento crear una nueva línea de bandera que arranque de cero y sea del Estado. Verdadera falta de previsión a futuro si se tiene en cuenta el costo operativo de poner en funcionamiento una nueva empresa aérea, las licencias, la solicitud de rutas internacionales y la costosísima tarea administrativa que implica el desguace de la parte estatal de Aerolíneas Argentinas. Todo esto amén del fuerte valor de la marca tanto a nivel nacional como internacional, o la cantidad de trabajadores que pueden sufrir el traspaso y la incertidumbre sobre sus empleos que esto implica.
En todo esto aparece aquel fallido socio de Aerolíneas, ahora integrante de la empresa LAN (ya no Chile), como la compañía aérea más importante de Sudamérica e integrante de una red internacional de flotas que hacen que sus escalas lleguen a cualquier parte del mundo. En esta empresa aérea siguen esperando la caída definitiva de la aerolínea de bandera argentina para descorchar el champagne de la victoria sobre el mercado argentino, al igual que lo han hecho en Perú. Por lo que una maniobra como la que se propone en el Congreso, generaría un fuerte impulso a una empresa cuya bandera no es precisamente celeste y blanca.
En el 2008 ha traído aparejado muchas discusiones políticas y no tan políticas, pero hoy seguimos resolviendo y tratando de volver hacia atrás los grandes desaciertos de los años ´90; que en nombre de la modernidad y el neoliberalismo sumergieron al país en la mayor de las pobrezas. Aerolíneas Argentinas, junto con YPF, fueron dos empresas baluartes del progresismo y la funcionalidad del Estado como administrador y gestor de empresas. Lamentablemente también fueron malvendidas junto a las empresas de servicios públicos, con la excusa de las pérdidas que arrojaban, mientras al mismo tiempo pasaron a pagar el mismo monto en subsidios. Tal vez revisar y redimensionar estos contratos, en general y sin presiones, para que los gestores privados puedan realizar su negocios en un plano de justicia sea la mejor forma de comenzar a concretar un cambio profundo que nos aleje de aquella fatídica década.

viernes, 15 de agosto de 2008

Sobre el final de la apatía


La década del ´90 en la Argentina ha dejado mucho para analizar. Desde la política económica neoliberal que derivó en una crisis terminal, hasta la farandulización de los representantes del pueblo que mostraban en las revistas sus fastuosos bienes, sin considerar que les sería imposible demostrar ante la justicia cómo se hicieron de ellos. Pero la estocada que dejó la herida más profunda redundó alrededor de la participación política y de la inserción de la juventud en ella.
El individualismo y el autismo político se mostraban como los dos grandes corseles de esos tiempos todavía formativos de la democracia argentina. La incesante corrupción, la lejanía del poder con respecto al pueblo y un sinfín de maniobras; sumado a la irrestricción de importaciones que inundó el mercado nacional de productos fabricados en otros países que nos hizo sentir del primer mundo; cerraron el cerco de una sociedad que comenzó a tornarse individualista y acorazarse en un mundo que a priori era ficticio y que en algún momento iba a explotar.
Frases como “la política es sucia” o directamente “la política es una mierda”, acompañadas de “y por eso yo no me meto”, mostraban la fórmula de la victoria de ese régimen que lograba así la perpetuación en un poder que cambiaría de manos, pero no de protagonistas. Todo quedaría relegado a un grupo reducido y hegemónico. Si nadie puede o quiere entrar en este espectro, quienes ya participan en política tenían la permanencia asegurada, con algún cambio de nombre o de puesto, pero nada saldría de ellos. La corporación se había formado.
Los jóvenes con inquietudes políticas debieron ver truncado su afán de construcción de alternativas hacia un rol de resistencia. Palabras como renovación o juventud no fueron tenidas en cuenta durante la década. La vieja militancia juvenil conoció el ostracismo y hasta los viejos partidos minoritarios sufieron esa suerte de alianza compulsiva que terminó por obturar aquella costumbre de formar a los cuadros políticos con miras generar futuros dirigentes.
La discutible renovación que se dio a partir de Diciembre de 2001, no cambió nombres del todo pero si las formas de hacer política en la Argentina. Ya sea por obra y gracia de cada ciudadano que le dijo no a los viejos dinosaurios que querían volver, como por aquellos partidos que entendieron el mensaje de la sociedad y renovaron su apuesta hacia la juventud y a traccionar dirigentes de abajo hacia arriba.
Es decir que la denominada falazmente “nueva política”, en realidad tuvo su germen en estas instancias y fue el punto de partida para una incipiente renovación que hoy se comienza a observar tanto en las cámaras de representantes como en los niveles ejecutivos. No parece ser casual el ascenso de Sergio Massa a la Jefatura de Gabinete para cambiarle la cara al gobierno nacional luego de la derogación de la resolución 125. Una visión jóven y menos contaminada que la de Alberto Fernandez podría darle otras formas de hacer y comunicar al gobierno y relanzar así la imagen de la Presidenta Cristina Kirchner. También se adscribe el caso del legislador porteño Juan Cabandié, quien de 2004 hasta hoy se convirtió en un referente juvenil y hoy está a cargo de la Secretaría Nacional de la Juventud Peronista.
A estos casos, también se suman una gran cantidad de recambios políticos como Adrián Pérez, jefe de bancada en diputados de Coalición Cívica, Roy Cortina en el socialismo o Victoria Donda del movimiento Libres del Sur. Todos ellos encarnan una nueva forma de ver la política y tal vez en algunos años lleguen a los cargos ejecutivos.
En 2008, la apatía parece haberse extinguido y la política retomó su espacio en el imaginario social de los argentinos. Sin embargo, la batalla no está totalmente ganada, la politización de la sociedad es una herramienta fundamental en los pueblos democráticos ya que hoy no basta con asistir a las urnas sino ejercer el contralor social que todo gobierno necesita. Pero mirando en perspectiva, estamos muy lejos de aquella apatía.

viernes, 8 de agosto de 2008

Transitividad Latinoamericana



Mucho se ha hablado a lo largo de nuestra historia sobre las marchas y las contramarchas de la unidad del continente y de la búsqueda trunca de un horizonte común. El paso débil del acuerdo para el Mercosur (hace casi diez años que la integración debería estar en funcionamiento) muestra un distanciamiento mucho más marcado en los desarrollos económicos de cada país, que en los tiempos que se proyectó el mercado común latinoamericano. Si bien la economía y el desarrollo son los encargados de poner las diferencias sobre la mesa, la región está tieniendo muchas coincidencias en los procesos políticos; diámica que, en mayor o menor medida, lleva muchos años reproduciéndose a lo largo de estos territorios del sur. Muchas veces a contramano de la corriente mundial o víctima de presiones externas.
Las coincidencias transnacionales fueron el hijo político de la partición del mundo entre capitalismo y comunismo. El antecedente de Cuba y la experiencia del Mayo Francés había desperdigado por la región una nueva corriente de pensamiento y de acción política que comenzaba a buscar alternativas a los regímenes instaurados hasta ese momento. Ese viraje fue el que llevó a una de las partes de esta división mundial a intervenir en los sistemas democráticos latinoamericanos alrededor de los años 70 y ayudar a la instauración de dictaduras militares que usaron el aparato del Estado para aplastar cualquier atisbo de insurgencia o pensamiento distinto, de la manera más cruenta. Vanguardias del terror como las de Videla en Argentina, Pinochet en Chile, Banzer en Bolivia o Costa en Brasil, más la instauración del Operativo Cóndor, y la colaboración en la represión ilegal de los Estados, cerró el cerco de un plan premeditado.
Las mismas violaciones a los Derechos Humanos y el desgaste de los propios regimenes dictatoriales, decantaron en su extinsión paulatina con el devenir de la década del 80. Las nuevas democracias enfrentaron dos desafíos fundamentales, el enjuiciamiento a los responsables de los crímenes de las dictaduras y el rebrote inflacionario que aquejó a todos los países de la región. Las democracias jóvenes debieron zigzaguear entre la búsqueda de justicia y las presiones militares, que ya no tenían el apoyo externo de antaño. Las leyes del perdón de Argentina o Uruguay son claros ejemplos de una realidad que dejó sabor a impunidad.
La nueva década trajo una nueva influencia del ahora vencedor de la vieja dicotomía. En forma de economía neoliberal, la irrestricción de exportaciones y la llegada de los grandes grupos económicos desde el exterior, hicieron que países como Argentina o Perú ingresaran en un proceso de desindustrialización y de dependencia de los mercados internacionales. El efecto Tequila y las crisis de otras bolsas de comercio internacionales pegaron muy duro en un continente que no contaba con la suficiente generación de riqueza por valor agregado para atenuar su impacto, que repercutió en los que menos tienen.
Ya pasada esta primera mitad del 2008, en Sudamérica corren vientos de cambio y otra vez pareciera que el continente va a vivir una etapa en común. Los gobiernos electos, tras poco más de 20 años de democracia comienzan a discutir un tema tan urticante como la distribución de la riqueza. Esta frase, que a priori suena a justicia y naturalidad, implica desmejorar una parte de la economía y mejorar otra; o en el mejor de los casos, generar una ganancia superior para mantener la de los que más tienen y mejorar sustancialmente a los menos afortunados. Tocar los intereses de los más poderosos puede traer problemas sustanciales a los gobiernos de Latinoamérica. El referendum revocatorio al que se sometió el presidente de Bolivia, Evo Morales, muesta a las claras que el problema social de ese país está fuertemente relacionado con esa distribución desigual histórica que hoy se quiere discutir. Argentina también está viviendo esta discusión, positivamente hoy en la calle se escuchan estos términos y se piensa en un modelo de país, de un lado de la balanza o de otro. Al parecer, la disputa es la misma, en distintos niveles y escenarios, pero con idéntica discusión de fondo. Las adjetivaciones de autoritarismo o las descalificaciones son una puesta en escena y una escenografía de lo que realmente se debate. Pero pasados estas intensas décadas que vivimos los latinoamericanos, que los gobiernos diriman estas diferencias en un marco democrático (como el referendum boliviano o el tratamiento de las retenciones en Argentina) hacen voltear la mirada al futuro y comenzar a sentir que la maduración del sistema de la Democracia comienza a fortalecer sus raíces en estos países. Queda mucho por hacer todavía, pero esta vez el camino comienza a valer la pena.

viernes, 1 de agosto de 2008

Problemas de fondo(s)




Los niños aprenden jugando. Por experiencias personales o de observación del otro, cuando un chico comienza a manejar los juegos de estrategias suele hacerlo a todo o nada en las primeras instancias, para quedarse sin recursos sobre el final de la partida y, con ello, la derrota indefectible. Con el tiempo, el ajetreo le va cediendo paso a la administración de los recursos y el aprendizaje mediante el juego comienza a completarse. El niño así comprende la importancia de planificar su partida.
Si la Ciudad de Buenos Aires fuera uno de estos juegos de mesa, su Jefe de Gobierno estaría todavía en la etapa iniciática del proceso de aprendizaje. Hoy por hoy, las grandes letras H están acorralando a los porteños en todas direcciones, pero muy lejos de hacer feliz a quienes lo votaron, la administración de Mauricio Macri peca de ingenuo al querer realizar todos los bacheos, todas las remodelaciones de vereda y todos los proyectos de urbanismos al mismo tiempo. Más bien, en una ciudad que todavía no resolvió sus graves problemas de tránsito, cortar dos carriles de una avenida en hora pico parece más una contribución al caos que una instancia de solución. Lo raro es que este tipo de planificación es uno de los puntos básicos de un gobierno, y producir este tipo de problemas en la circulación metropolitana, para después querer instaurar programas de tránsito de dudosa efectividad, genera más desacuerdos que apoyos.
Otro hecho polémico fue el incremento del 150 % en los peajes de las autopistas porteñas, con el objetivo de desmotivar a los autos particulares en el ingreso a la Ciudad y así contrarrestar el colapso de transito en hora pico. Si bien este decreto N° 876 suena a tapar el sol con un dedo, no parece cumplir con los objetivos planteados y se erige en el horizonte un aumento más que pasará a engrosar las arcas del Estado comunal.
Otra de las tan las publicitadas campañas tiene que ver con la marketinera “Basura Cero”. La idea de la ley fue muy bien recepcionada por todos los habitantes de Buenos Aires, pero este proyecto se fue diluyendo en sus propios despropósitos. El sistema de reciclado y recolección diferenciada de basura ni siquiera ha tenido una prueba piloto en el propio seno del Estado. Los plazos establecidos para el 2011, con una Buenos Aires discriminando entre basura seca y basura mojada, suena a utopía en estos días. Si a esto se le suma la decisión del organismo de la Ciudad de retirar containers de las calles (por cuestiones estéticas) y discontinuar la recolección especial de residuos hogareños (escombros o amoblamientos viejos), se puede concluir que el resultado del partido que dicen los afiches de la calle “Buenos Aires 1, Basura 0” no es correcto; sino que se está perdiendo por goleada.
De a poco se empieza a observar en la Ciudad un paulatino retroceso del Estado en sectores claves. Aparte de la falta de insumos en los hospitales y de recursos en las escuelas que dependen de este Gobierno; la contensión social de la administración de Macri comienza a mostrar falencias en una rama donde Buenos Aires simpre fue de avanzada. Servicios de ayuda como el 108 (denuncias de personas en situación de calle, para darles albergue) donde comunicarse luego de las 20 horas es una odisea imposible. También el retiro de la ayuda económica a Centros Culturales, principales contenedores de los niños de bajos recursos; hacen notar que para el Gobierno de la Ciudad esto se configura como un gasto y no como una inversión a futuro.
Hacer Buenos Aires va más allá de una obra, baldosas nuevas o un bache tapado con asfalto. El debate que hoy se abre tiene que ver con la construcción de una Ciudad con vistas a este nuevo siglo que se aproxima. Hoy, el gobierno electo tiene una visión de manejo cuasi empresarial. Pero no se puede gobernar una ciudad como se maneja una empresa porque las distintas variables tarde o temprano van a hacer colición. Lo social es fundamental en el contexto de una megalópolis como Buenos Aires, invertir en contención, eduacación y salud es el mejor plan a futuro que se pueda ejecutar. De esa manera se puede hacer una administración de recursos eficiente. Ojalá que los problemas de planificación de hoy correspondan solo a la falta de experiencia. Ojalá que el Buenos Aires del futuro obedezca a las necesidades de todos.