"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

martes, 23 de diciembre de 2008

EL BIEN COMÚN


Cuando las cenizas de diciembre de 2001 todavía no se habían apagado, muchos argentinos sentimos la necesidad de mirar hacia atrás y sondear todas las etapas de la vida nacional y buscar las distintas génesis de cómo habíamos llegado a aquella situación. El revisionismo histórico fue auge tanto en programas de televisión y libros, como en discursos políticos y actos partidarios. El transcurso de 10 años de modernidad e irrestricción de importaciones hicieron mella en una sociedad que tomó su cultura y su historia como aquellos electrodomésticos “made in Taiwan” que se tiraban ni bien comenzaban a fallar. La cultura descartable había llegado a su fin y era hora de recuperar el camino. Pero ¿cómo?
La primera conclusión versó sobre la falta de un proyecto nacional a largo plazo, un poco culpa de las constantes interrupciones militares y otro poco por la falta de predisposición de los gobiernos entrantes de seguir con el plan de quienes les dejaban el cargo. No hubo en el siglo XX la decisión política de proyectar un plan consensuado a futuro para que el país gozara de un proyecto nacional duradero, que tuviera en cuenta a todos los habitantes y se autoexcluyera de intereses partidarios o de clase.
Pero las antinomias son parte de nuestra cultura y no hubo lugar para esas opciones. Desde unitarios y federales, civilización y barbarie, liberales y conservadores, personalistas y antipersonalistas o aristocracia o la chusma, negritos, bárbaros, etc; nadie pudo resistir la tentación de dar un golpe de volante y hacer todo lo opuesto a lo que se llevaba realizado.
La otra conclusión que todo debimos sacar en aquellos primeros retoños de 2002 era que las urgencias que tenía el país no se lograrían eliminar con un mandato, o a lo sumo dos, sino que debería ser la consecuencia de un plan a una treintena de años como mínimo para comenzar a ver resultados. Y por esto se debe echar por tierra una tradición de casi 200 años de divisiones, y de proyectos de país totalmente contrapuestos.
La clase política no pareció haber asimilado este reclamo social y sigue buscando la ruptura, cuando en realidad la búsqueda debería ir hacia el consenso. A partir de la derogación de la normativa 125 en el Congreso, la mayoría de las leyes que avanzan sobre este nuevo modelo de país a largo plazo que tiene en mente el gobierno, pasan por el Poder Legislativo para darle fuerza de ley. En lugar de ampliar la discusión hacia los ciudadanos y así darle mayor participación a esta democracia indirecta, los políticos de las minorías que no están de acuerdo con las leyes promulgadas bañan de intereses partidarios o de mayorías automáticas las mismas leyes que por una supuesta rebeldía no votan ni discuten.. Con eso le restan aquel apoyo que hace que la ley sea respetada y doctrinada; el sustento de que son el fiel reflejo de las personas que gobiernan mediante sus representantes.
Mucho se habla al día de hoy de un proyecto nacional y popular, algo que la actual administración lleva adelante como premisa principal. Pero la lucha no solo está reservada al sistema político, la sociedad no siempre suele mostrarse con la virtud que debería hacerlo. El cambio se debe profundizar a nivel cultural y dejar de lado viejos pensamientos y maneras de operar que nos vienen heredadas de los 90 y del fatídico menemismo. Esto también será cuestión de tiempo y de saber elegir. De entender que lo principal no son los intereses de clase o personales sino comenzar a pensar en unas palabras que hoy solamente asoman en algunas bocas o en algunas actitudes: el bien común. Ese que algún día hará un país más justo, más equitativo y donde todos tengamos las mismas herramientas para vivir; desde la educación, trabajo y salud, hasta oportunidades de capacitación y progreso social. Esa va a ser la mejor inversión para un proyecto nacional y popular.

lunes, 15 de diciembre de 2008

La infancia de la democracia


Son muchas las alegorías a la democracia que se han hecho esta última semana. No era para menos, es la primera vez, tras un siglo XX lleno de interrupciones militares o fraudulentas, que se cumplen 25 años ininterrumpidos de este sistema de gobierno. Se han escuchado a muchos hablar de una construcción colectiva para la maduración de la sociedad en democracia y el fortalecimiento de las instituciones. Incluso se ha repetido hasta el cansancio la famosa frase de Churchill que rezaba: “La democracia es el sistema más imperfecto del mundo, excepto todos los demás”. Pero no siempre la democracia fue reconocida como esa fuente de infinita virtud como se proclama en nuestros tiempos, ni siquiera tuvo que ver con la libertad o la igualdad como se nominó en su reencarnación moderna. Se puede decir que la democracia tuvo una infancia difícil.
Para buscar los orígenes de la democracia es necesario remontarse a la antigua Grecia. Los primeros ciudadanos se encontraban en el Agora (una especie de plaza central de las ciudades) y allí definían a mano alzada todas las iniciativas presentadas para su gobierno. Este ejemplo de democracia directa no era tal, ya que bajo las manos alzadas de quienes eran considerados ciudadanos se encontraban los esclavos que no gozaban de una libertad democrática, las mujeres a quienes no se les pasaba siquiera por la cabeza ejercer el derecho de elegir y tampoco todo hombre que no fuera jefe de familia o no era habilitado a votar. Es decir que la cuna de este sistema se vio viciado por la esclavitud, la aristocracia y la desigualdad como algo totalmente aceptado por la sociedad.
En su segundo nacimiento, una especie de reencarnación en la era moderna, la democracia se vio inmersa en la convulsión de la Revolución Francesa. Por una lado, se encontró con una nueva era económica basada en el poderío de la burguesía y los primeros intentos de establecer un mercado. Esta coyuntura provocó que las tres palabras que funcionaron como el lema de la revolución como Libertad, Igualdad y Fraternidad, sufriera una fisura ni bien iniciada en los caminos de la política contemporánea. Porque a mayor igualdad de oportunidades entre los ciudadanos, mayor intervención estatal para que así sea y determina una menor libertad. De la misma manera si un Estado se retirara de la contienda y dejara en libertad las acciones individuales, la igualdad se vería hecha añicos ante la intervención de la mano visible del hombre.
Por el otro lado, la novel democracia tuvo en su primera experiencia fuera de la monarquía francesa con un baño el baño de sangre que le infundió la era termidoriana a quienes consideraban del antiguo régimen. Algo así como cortar de raíz a todos los participantes del gobierno totalitario, para empezar un nuevo sistema que terminaría en un primer fracaso. Y todo en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Los hechos de mediados del siglo XX, donde varios presidentes constitucionales cometieron atrocidades en la Europa central de aquella época, sumados a los presidentes de nuestros tiempos que en nombre de la democracia occidental y la libertad han ordenado el bombardeo de países y la muerte de miles de inocentes; todos comenzamos a preguntarnos si es la democracia el sistema correcto para vivir en libertad y en la plenitud de sus derechos.
La democracia por si sola nos muestra una estructura de relaciones a la que se debe llenar de contenidos. Este sistema fue permeable a las distintas épocas y los distintos políticos no por ser imperfecto, sino porque no es una fuente de valores o formas de comportarse; todo eso lo debe emanar la sociedad y estar atenta a los cambios de ética y valores que se dan constantemente. Es por esto que no se debe echar culpas a la democracia de todos los males que nos aquejan, ni endiosarla hasta la alineación cuando se cumplan los muchos años más que esperamos vivir en democracia. La verdadera democracia es construida entre todos y con los actos más inverosímiles. La responsabilidad es nuestra y debemos trabajar para que ese esqueleto se nutra de valores y doctrinas que nos nutran a la vez a todos como sociedad.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Las caras de la verdad


La verdad suele tener varias caras. Cuando transcurría la guerra fría y Europa era rehén de las dos superpotencias que amagaban con terminar con el mundo en una explosión nuclear, muchas miradas solían concentrarse en el muro de Berlín. En lugar de alzar la voz contra ese vergonzoso monumento de la incoherencia humana, las grandes cadenas de noticias solían concentrarse en historias de personas que quisieron cruzar el muro y terminaron con sus vida en el intento o qué televisión miraban las familias de las dos Berlín según el reloj que mostraba la pantalla de la parte oriental o la parte occidental alemana.
Aquella historia, o su mecanismo para ser más exactos, se ha repetido por mil a lo largo del devenir de la política moderna. El crecimiento de los medios y su bombardeo a diario en la cabeza del ciudadano común generó nuevas formas de planificar la comunicación para obedecer a ciertos intereses. La consigna es clara, la versión que más rápido salga, será la que tendrá un carácter de verdad más fuerte que una segunda, aunque sea la realidad irreductible. De esta misma manera, la concepción de “crear agenda” sobre un tema se ha convertido en una herramienta vital para un político que quiera sobrevivir en el ejercicio del poder; ante cualquier problema de gestión, salir a hablar del tema solo rozando el verdadero centro de la polémica puede hacer desviar las miradas y reducir el impacto que un error fatal de administración a la nada. Ya que si los medios no lo muestran, no existe.
Hoy en día, esta forma de comunicar esta siendo utilizada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a veces para maquillar falencias graves en la gestión y a veces para hacer mirar a la sociedad hacia otro lado mientras se cocinan negociados espurios.
En los últimos meses, más allá de ciertas muestras de incompetencia o decisiones preocupantes en áreas fundamentales de un gobierno comunal como son la salud y la educación, el propio jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, salió a brindar conferencias de prensa ante un tema puntual de su gestión done se lo ve tirar una especie de fuegos de artificio para que la discusión se dispare hacia otro lugar. La primera gran bengala que fue la idea de no atender a las personas que llegaran a los hospitales públicos porteños desde otras partes del país, para ocultar en realidad la falta de suministros que aqueja a todos los nosocomios de Buenos Aires. Sumado a la falta de reposición de cargo que quedan vacantes y la falta de mantenimiento edilicio.
Otro punto fuerte de la gestión de este accidentado 2008 fue la brutal represión policial a los maestros que quisieron instalar una carpa y sufrieron heridas y contusiones. Tras lo hechos, Macri tomó el micrófono de la conferencia y habló de la falta de diálogo de los maestros y del recort de clases que iban a sufrir los chicos porteños ante los paros. De la represión ni una palabra. Jugada discutible la del jefe de gobierno, quiso mostrar a los maestros como ambiciosos a los que nada les importa la educación de los chicos, y al no responder sobre la represión hizo como si esta no hubiera existido o no le dio ningún tipo de gravedad.
Los negocios espurios se están haciendo carne al día de hoy. En contraposición a lo prometido en su plataforma electoral que decía exactamente: “Prolongación de calles existentes y aperturas de nuevas calles de manera que las ambulancias, la policía, los bomberos y los recolectores de residuos puedan transitar libremente”. Lo que está pasando hoy en la Villa 31 contrapone muy fuerte a lo que se prometió en la campaña. Pero ante los corte de la autopista Illia por parte de los hombres y mujeres de este barrio pidiendo por un plan proyectado por la Universidad de Buenos Aires que mucho tenía que ver con esta promesa, Mauricio Macri salió a decir que estaba preocupado por los posibles problemas de derrumbe que tenían las casas que crecían hacia arriba. De la urbanización y de las calles no tenía noticias o no quiso tenerlas; mientras corrían las denuncias de los negociados paralelos para instaurar un shopping y varios edificios millonarios sobre esa zona, una de las más caras de Buenos Aires.
Miente que algo quedará, la frase es antigua y siempre la escuchamos cuando de política se habla. Pero regar a la ciudadanía de mentiras o de verdades a medias puede atentar contra la propia administración de quien lo hace. Algo similar pasó en 2001, cuando un presidente decía que Argentina crecía mientras el país entraba en una crisis terminal. No hace falta recordar cómo terminó ese gobierno.