"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

domingo, 3 de enero de 2010

La felicidad y la modernidad


La rutina diaria a veces nos toma como autómatas tratando de llegar al objetivo que llamamos vida; aunque algunas veces no tomamos real dimensión de cuántas cosas han cambiado a nuestro alrededor y cómo en tan poco tiempo nuestras vidas, todo lo que nos rodea y las herramientas de las que nos servimos para vivir, han dado un vuelco impredecible.
Parece increíble pero basta con describir un par de acciones cotidianas para que la nostalgia, o no tanto, invada nuestros sentidos y nos muestre una imagen de la vida a la que no estamos acostumbrados o a la que preferimos simplemente ignorar.
Cambiamos el despertador a cuerda o el radio reloj por el celular con alarma o el equipo de audio que cortan nuestro descanso con melodías a elección, algo así como poder seleccionar cómo ser torturado por la mañana.
El viejo cacharro de enlosado donde se solía calentar la leche, con la atención puesta que ante la primera espuma ascendente había que apagar el fuego por peligro de vuelco, fue dejado de lado por el horno microondas y la rapidez de sacar la taza lista para tomar.
Otra costumbre que comienza a extinguirse con el avance tecnológico es la avanzada de los diarios digitales sobre el viejo ejemplar de papel que mancha un poco los dedos de negro por el trajinar entre las hojas. Aunque el soporte de papel guarda todavía el territorio salvador del transporte público y su maniobrabilidad, internet muestra más variantes y multiplicidad de lecturas.
La comunicación también es un factor totalmente revolucionado. Basta con oprimir un botón para poder estar en contacto con la mayor cantidad de tus amigos, saber su estado de ánimo, compartir las fotos de las vacaciones, y dejar sentadas las bases de lo que cada uno piensa sobre los temas de actualidad. Más allá de compartir el hipertexto (textos donde una palabra o grupo de palabras nos abre un universo cargado de otros textos) lo obsoleto pasa por la máquina de escribir, el fax y el teléfono de línea. Celulares con llamadas gratuitas entre algunos números, acceso remoto a internet, radio y buscador satelital, han resuelto gran parte de las herramientas para trabajar en una oficina.
La cámara de fotos amerita un comentario aparte. Una pared de Buenos Aires reza: “Las cámaras digitales nos han robado el alma”. Raro comentario, pero no del todo desacertado, ya que la proliferación de celulares con cámara y de los mismos artefactos de fotografía digital han cambiado por completo la calidad y la cantidad de fotografías tomadas a lo largo y a lo ancho del mundo. Antes había que comprimir las vacaciones en 36 fotos con todo los que eso significaba y con los costos que podía conllevar semejante empresa. Hoy las imágenes tomadas se multiplican por miles y han atentado con el aura de aquellas reproducciones donde se explicaba mucho más de lo que la imagen decía. Al haber más secuencias, la historia se cuenta sola. También suele extrañarse aquella romántica incertidumbre desde el momento de sacar la foto hasta tener el papel revelado en las manos.
Lo ilimitado de la modernidad también ha traído despersonalización en las relaciones, desde la digitalización de los trámites de todo tipo hasta la falta de comunicación personal entre los individuos. Los chat, mails y redes sociales comienzan a desplazar en contacto cara a cara y la mediación de la tecnología toma un impulso grande en las relaciones sinterpersonales. No verse cara a cara o siquiera escuchar la voz del interlocutor desde el otro lado del teléfono despersonaliza el contacto y muestra un modo de vínculo que mucho difiere que aquel “nos vemos en el parque” o “nos juntamos a tomar algo”. Nada es mejor o peor, pero distinto, seguro.
Los casos para inferir son muchísimos más, los juegos en la calle, las competencias con los vecinos de la cuadra, los juegos de mesa, el aparato del contestador automático, la idea de ir a hacer las compras y no pedirlas por teléfono, la venta de galletitas de la lata, etc. Todo cambio lleva a una ruptura y un reacomodamiento; puedo entender que toda nueva herramienta es útily facilita la vida cotidiana. Se puede entender eso, pero qué felices fuimos sin tanto aparato y con tanta más imaginación.