"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

martes, 16 de febrero de 2010

El temporal y el caos


Desde muy chicos, películas extranjeras mediante, la ciudad siempre fue sinónimo de seguridad antes las inclemencias de la madre naturaleza que se daban en los lugares agrestes o faltos de asfalto. Arenas movedizas, inundaciones, los animales más salvajes o la escala de supervivencia eran algunos de los peligros que podían acecharnos como consecuencia del accionar de la naturaleza en lugares donde no tuviera la intervención humana. Aunque no siempre resulta de esa manera en la Ciudad de Buenos Aires.
Como si fuera una de las aventuras que solía leer en mi habitación antes de dormir, todo comenzó el lunes a la tarde cuando a punto de salir de mi casa traté de contactar a la persona con la que tenía que encontrarme y noté que el teléfono no tenía tono. Con la rareza de la situación y ante mi sorpresa, apenas salgo a la puerta con celular en mano, una vecina me confirma que mis problemas no eran solo míos: todo el edificio se encontraba incomunicado mediante telefonía de red. Bendita sea la red celular, con señal limitada como siempre que está nublado, pero con variantes como el mensaje de texto.
La calle estaba más oscura que de costumbre ya que el cielo se veía adornado por una cortina negra. La cosa podría ser peor, pensé y emprendí mi caminata hacia la parada del colectivo. Cuando el transporte público se divisaba en el horizonte, el cielo no aguantó más y empezó a castigar con furia en forma de gotas pesadas y fuertes. Tardía fue la llegada del bondi que ya nos encontró a todos los que formábamos fila con varios centímetros cúbicos pesando de nuestra ropa, aunque agradecidos de estar a resguardo de semejante temporal.
Por esas casualidades del destino, el colectivo dobla por la cuadra de mi casa y sigue rumbo hacia Villa del Parque. Y digo que es casualidad porque justo cuando estaba por mitad de cuadra pude asistir al apagón de la manzana completa. Claramente la tarde se empezaba a poner oscura para mí.
El viaje transcurría en total normalidad, hasta empecé a sentir que la furia del cielo empezaba a bajar en densidad y que al destino no iba a sufrir tanto como pensaba. Pero nada de eso pasa cuando todo lo que puede salir mal, sale mal. Lo cierto es que llegando a la avenida Juan B. Justo, el arroyo Maldonado (entubado bajo dicha avenida) me jugó una mala pasada y la cantidad de agua superaba largamente el metro de altura. La reunión sería para otro día. Una vez cruzado el río como en un rally urbano, combinación de colectivos mediante, se ungió un nuevo destino en mi porvenir, la casa de mi vieja donde me esperaban mi mujer y mi hija. Tal mal no me puede ir, pensé, si ellas me esperan allá.
Mientras miraba cómo pasaba nuevamente el Juan B. Justo Trophy y sonreía a la experiencia un tanto tortuosa, me suena el celular con la cara de mi esposa. Respondí con ganas y el pasaje de alegría a desazón fue tan rápido como la noticia que escuchaban mis oídos. El llamado correspondía a un pedido de velas para la casa de mi vieja, que había sido alcanzada por el apagón. Entré a lo de mi madre con unas velas casi de misa que había conseguido en el supermercado chino, un poco más mojado y sin el mejor de los humores.
La cena transcurrió con tranquilidad, el arroz con pollo rociado con la luz de las velas le dio un toque especial. Mi hija de 7 meses no pensaba lo mismo y se mostraba presa del susto que le propinaba la oscuridad, en forma de un llanto cada vez más fuerte. Es increíble lo dependientes que somos de la electricidad.
Al promediar la medianoche y cuando la lluvia comenzaba a parar, decidimos emprender el viaje de vuelta a nuestra casa. El taxi emprendió su marcha por Muñiz. El bolso de la nena, el coche paragüitas, mi mochila y la cartera de mi mujer llenaban cualquier espacio que solo ocupara el aire. Cruzando Rivadavia el vehículo entraba raudo para encarar el puente bajo nivel a las vías que nos depositaría a pocos minutos de nuestro hogar. Una maniobra llena de reflejos del conductor del taxi nos salvó de entrar derecho a un lago que se había formado en otrora paso bajo nivel. Estuvimos realmente a centímetros de bucear ese espacio que todavía no había advertido Defensa Civil, que hizo su entrada 3 minutos y medio después. Tarde pero seguro.
Llegando nuevamente a casa, con la calle en la más frondosa de las oscuridades, se viene a mi retina una nueva sorpresa. El edificio se había inundado, el paso de las aguas habían dejado un tendal barro, agua y basura. Pasar el palier con mi hija y todo el equipo que eso conlleva, fue una tarea casi imposible. Casi ileso, solo con un poco de barro como lastre, tratamos de calmar a nuestra hija y hacer lo único que se puede hacer una noche sin luz: dormir.
La mañana siguiente, recién levantado y con la felicidad de ver por dónde caminaba, me metí en la ducha de manera casi mecánica. Pero la maquinaria no funcionó como yo lo esperaba, porque cuando accioné la lluvia del duchador, nada cayó. En eso recordé que la alimentación del tanque de agua es eléctrica y que todos mis vecinos ya se habían hecho de su reservorio de agua antes que yo.
El abuso de los productos cosméticos para disimular la falta de baño se habían mezclado dentro de mi ser para hacerme presentable. Cuando doblo la vereda para ir a mi trabajo, me topo con un hermoso utilitario amarillo con una gran letra H en negro que estaba con las balizas puesta en la puerta de la panadería. En ese momento el seño se me entrecerró y todas las experiencias vividas me nublaron la cabeza en forma de furia. Sé cabalmente que tal vez las personas que habitaban esa camioneta no hayan tenido responsabilidad alguna en todo lo que había vivido desde el día anterior. Pero quién me iba a culpar, fue cuestión de segundos para que por lo menos 10 personas hicieran los mismos reproches que yo. Catarsis que le dicen.

viernes, 5 de febrero de 2010

Deuda eterna


Desde aquella solicitud de empréstito por parte del gobierno de Bernardino Rivadavia a la banca Baring Brothers, que significaba el doble de la recaudación fiscal anual, la historia del endeudamiento del Estado Argentino con distinto tipo de acreedores ha resultado una constante a lo largo de la historia.
Y si de esta materia hablamos, este tipo de empréstitos bancarios a naciones con menor grado de desarrollo se remonta a la época de la Revolución Industrial cuando los bancos ingleses empezaron a pensar dónde colocar los excedentes de riqueza que sus nuevos emprendimientos económicos solían acuñar. Y de esta manera, ideó una opción que no sólo haría que ese dinero fuera colocado y volviera con intereses, sino que creó el aceitadísimo sistema de colonización económica donde lograban que esos mismos billetes fueran invertidos en su propia producción industrial, haciendo que el déficit en las balanzas comerciales americanas diera lugar a la necesidad de un nuevo crédito. Así se autofinanció el trazado de la red de ferrocarriles y puertos para que las mismas empresas inglesas pudieran llegar cómodamente a todos los países de Sudamérica, África del Sur y Asia Menor.
Con el advenimiento del siglo XX y la creación de los organismos post Segunda Guerra Mundial, la nueva concepción de créditos para la reconstrucción de Europa y su posterior desarrollo industrial, pusieron al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional como una suerte de padres rectores del flujo de capitales para todo tipo de actividades económica de los Estados del mundo. Consejos económicos, apoyos internacionales e intromisiones en los gobiernos de los países deudores, comenzaron a deformar de a poco el objetivo para el cual estos organismos fueron creados.
En esta vorágine ingresó la embrionaria Argentina desde su época de Provincias Unidas del Río de la Plata, con un breve interregno entre mediados de la década de 1930 y alrededores a 1956, hasta estos últimos días donde el pago de los vencimientos de 2010 ha suscitado un sinnúmero de críticas, apoyos, alusiones al pasado e increíbles intentos de populismo.
Pero aquí se abren dos frentes de conflicto con respecto al pago de los vencimientos de la deuda: su legitimidad por un lado y la forma de pago para este año. Casi con la misma rapidez con la que se presentaron los recursos de amparo para evitar la conformación del Fondo del Bicentenario, muchos miembros de la oposición dijeron que esta sería una excelente ocasión para discutir que tan legítima es la deuda externa que la Argentina está pagando. La demanda viene de años atrás donde la desorganización o la desidia llevaron a los integrantes del rumbo económico argentino de fines de los ´70 y principios de los ´80 a pedir a los propios acreedores la información de cuánto se les debía ya que no había un registro serio de ellas en el Ministerio de Economía. Años después, sistemas computarizados mediante, un funesto megacanje y dos quitas de la deuda, se hace realmente difícil (por no decir imposible) poder plantearle a los grupos acreedores externos la imposibilidad de pagar la deuda por considerarla ilegítima en su composición. No para un país que quiere dar un mensaje de seriedad al exterior y así lograr una baja en las tasas de interés que beneficiará a todos los argentinos.
Con respecto a las forma de pago, caben dos posibilidades que se enrolan para el proyecto: la primera es formar el fondo pecuniario y pagar con reservas de libre disponibilidad del Banco Central que no llegan al 10% del dinero de las arcas; o por el otro lado contraer más deuda para pagar los vencimientos de este año y no sólo mantener la deuda sino pagar más dinero por los intereses que esta generaría (es menester recordar que de esta manera se multiplicó la deuda en los años ´90).
La mejor forma de resolver un problema que se presenta con tantas corrientes desde la dialéctica suele ser explicado como si el interlocutor fuera un niño pequeño. Veamos, si Juancito le debe plata a Pedrito, pero Juancito tiene mucha plata, tanta que puede pagar esa deuda y seguir teniendo plata. Entonces le paga su deuda a Pedrito y sigue su vida con menos deudas y mantiene la amistad de su amiguito, que no dudará en prestarle de nuevo.
En el otro caso Juancito, que tiene plata en su bolsillo, pide a Josecito más plata para pagarle la deuda a Pedrito. Es decir que le queda debiendo a Josecito más plata que la que le debía a Pedrito. Entonces se queda con toda la plata que tenía, pero ahora debe más plata.
A buen entendedor, pocas palabras. ¿Cuál de los dos ejemplos escogería?