"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

lunes, 17 de mayo de 2010

Una receta contra la inseguridad


Muchas veces quienes no estamos a favor de atacar los problemas estructurales de una nación con represión o violencia, hemos machacado una y mil veces el camino para mejorar una situación que no conoce de recetas mágicas y que, como todo lo que vale y dura, lleva un tiempo cambiarlo. Pero también muchas veces esas verdades chocaban de frente y a velocidad con las urgencias o el oportunismo de quienes deben representar a quienes los votan. Es, tal vez, necesario un baño de verdad para que las ideas permitan que el cielo aclare y se pueda vislumbrar un poco mejor el indicador de llegada al final de ese largo camino. Hoy parece ser que somos testigos de cómo aclara el cielo.
En épocas donde comienzan a caer las viejas ideas sobre el progreso y el neoliberalismo como única política de progreso y bienestar, la realidad nos sigue demostrando algo distinto. Cuando los avatares de la crisis económica y social que sufrió la Argentina comenzaron a menguar, una de las más graves consecuencias que nos dejó el profundo empobrecimiento de la población fue el supuesto crecimiento (en algunos casos magnificación) de la inseguridad. Muchos fueron los personajes que eligieron saltar a la fama como los adalides de la seguridad y propusieron recetas que proponían nada más (y nada menos) que mayor represión para estos hechos, mayor población en las cárceles y mayores alternativas para florearse en cualquier medio mientras ingresaban a un acusado de robo en un patrullero.
De nada parecía servir la incesante prédica que otros preferíamos hacer desde otros medios, diciendo que el problema era de fondo y no a corto plazo. Que al disminuir la brecha entre los que más y menos tienen, sumado a una lucha fuerte contra la pobreza y la indigencia; la inseguridad se reduciría por el propio peso de la situación económica. Nadie pecaba de permisivo ni nada por el estilo, simplemente se pedía hacer cumplir la ley, pero desde un Estado que ofreciera alternativas para quienes se encontraban fuera del sistema y usar como herramienta de esa inclusión la educación, sobre todo en los sectores más vulnerables.
Hace pocos días, un estudio realizado por el Conicet hizo un muestreo de cómo impactó la Asignación Universal por Hijo en los sectores menos protegidos de la Argentina. Y vale en esto marcar algunos pequeños datos como que la indigencia bajó entre un 68 y un 54% sobre todo en las provincias del norte de nuestro país, tanto así como quienes se encontraban bajo la línea de pobreza y lograron trasvasarla entre un 32 y un 13% dependiendo de los índices tomados para el estudio. Solo tomando los límites más bajos de estos porcentajes, el nivel de acortamiento de la brecha entre los que más y menos dinero poseen se acortó de una manera escandalosa.
Más allá de estos datos, que no tienen que ver con el nudo de esta argumentación, los 3.677.409 chicos que en Mayo van a recibir la Asignación Universal por hijo con la sola contrapartida de ir a la escuela y hacerse estudios médicos que tienen que ver con el mismo sistema educativo, van a contar con mayor cantidad de herramientas en el futuro para poder elegir y vivir mejor que sus padres, y lograr la dignidad con más y mejores armas. El crecimiento de la matriculación escolar en un 25% hace vislumbrar una esperanza de un horizonte con mayores oportunidades. Porque un chico que come sus comidas, va a la escuela y recibe los valores de una familia en la que se generó un bienestar con este ingreso y confiará en un Estado que lo protege y le da sustento desde su papel fundamental.
La medida que también fue la responsable de una reactivación del mercado interno demuestra cómo las recetas neoliberales no son la solución para las economías acorraladas por sus propias recetas, que reactivar y ejercer seguridad social pueden ir de la mano y que el gasto público puede convertirse en inversión pública como en este caso. La mejor inversión que un Estado puede hacer para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, y para mejorar aquella inseguridad que tanta represión pidió en aquellos primeros años de la década. Esta será la mejor receta contra la inseguridad.