"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

sábado, 2 de abril de 2011

Renuncias


Acostumbrados al devenir de la política en la historia argentina, son muchas las interrupciones a los mandatos populares de la que fuimos testigos. Sin obviar los más tristes que remiten a salidas de gobierno mediadas con sangre, armas y posteriores períodos negros de nuestra historia; muchas de las interrupciones se dieron por una forma muy particular de sentar precedentes o posiciones sobre alguna de las políticas tomadas por el gobierno de turno: la renuncia. Mezcla rara entre altruismo, principios o, lisa y llanamente, falta de capacidad, este tipo de comportamiento ha tenido un protagonismo central en muchas de las instancias de la historia.
Entre las más importantes cabe recordar la primera de la historia, la forzada renuncia del Presidente Juarez Celman, post Revolución del Parque, o la salida prematura del Ejecutivo de Manuel Quintana, aunque todas esas instancias fueron empañadas por la sombra del Partido Autonomista Nacional y de Julio Argentino Roca, que por decisiones propias. En este sentido tampoco pueden ser de la partida las renuncias que hicieron Perón y Frondizi con los tanques en las puertas de la Casa Rosada, bajo amenaza de generar un baño de sangre en la población.
Sin embargo, existen llamativos casos en un mismo partido en el que las renuncias fueron una forma de hacer política y de sentar posiciones sobre el devenir de la coyuntura política. Desde su fundación, en manos de Leandro N. Alem y de su frase más famosa “que se rompa, pero que no se doble”, la Unión Cívica Radical hizo de la renuncia y los renunciamientos, una forma de hacer política.
Sin más preámbulos, su propio fundador hizo el primer renunciamiento de la historia del partido, al renunciar a su vida para no ceder a las presiones y las transformaciones que estaba sufriendo su partido en su propio seno. Ese primer episodio marcó a fuego la forma de hacer política de los hombres de boina blanca. Como si hubiera sido una premonición.
Dueños de una forma muy particular de representar a la población, los radicales se hicieron prontamente fama de excelentes legisladores, pero en el Ejecutivo sus experiencias no pudieron superar un final con naufragios. Se puede hablar como honrosa excepción la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen y esa continuación insípida y llena de un aura oligárquica como la de Marcelo de Alvear.
Las desaveniencias tuvieron su punto culminante en los últimos años con las renuncias a la Presidencia de la Nación de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, acuciados por las crisis económicas, falta de apoyo del establishment financiero y culpas propias por haberse alejado de la realidad, creyendo que de esa manera podrían llevar al terreno de la realidad lo que no era más que deseos.
Pero más allá de los naufragios administrativos, todo radical parece adquirir un gen con la afiliación, que le imprime la renuncia como una herramienta más de gestión, como una forma de mantener sus principios y no ensuciarse en la coyuntura política, pero a la vez, dejando a sus votantes sin representación para la cual fueron elegidos.
La renuncia de Ernesto Sanz a la interna del radicalismo de la última semana, muestra cómo su lectura de la realidad no es la mejor si es que quiere ser el candidato a presidente por su partido. Si todo es importante desde el principio, y los supuestos valores que representa su partido, parece mínimamente contraproducente renunciar a una elección ya pactada, simplemente por no ser el favorito en las encuestas, e intentar apostar a las internas abiertas de agosto con una imagen mejorada. De hecho excusas siempre van a sobrar, pero suena rara esta renuncia.
En una época donde los políticos están muy expuestos bajo la lupa de los medios, y en una de las etapas donde el radicalismo busca volver a hacer aquel partido fuerte que sostuvo en el bipartidismo histórico con el peronismo, actitudes como esta no suman para este retorno. Cobos, Alfornsín hijo y Sanz quieren ingresar a una oportunidad histórica de volver a tener un papel importante en la política (según las encuestas, ganar la presidencia parece una utopía) y con actitudes internas como esta, indefiniciones y la falta de claridad interna que se refleja hacia el exterior, no ayudan a que esto suceda. Sería hora de intentar renunciar a estas actitudes, si es que quieren ser nuevamente protagonistas.