"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

viernes, 16 de noviembre de 2012

Lo posible y lo imposible

Cuando uno es un chico el contacto con la realidad suele tener vaivenes. La línea divisoria entre lo posible y lo imposible se suele esfumar entre las pulsiones y los deseos. Lamentablemente, en algunos puntos, la edad y la experiencia van enseñando como esa brecha no solo queda marcada por una línea divisoria, sino que la línea crece y se transforma en una pared. Aunque a veces uno pueda encontrar una grieta, y en mi caso esa grieta siempre tuvo un nombre: San Lorenzo de Almagro. Menuda historia me tocó vivir cuando me formaba como hincha. Tres años después de mi nacimiento se jugaba el último partido en el Viejo Gasómetro, un par de años después el equipo descendía a la B y desde su regreso no podía sanar esa herida con la obtención de un nuevo campeonato en Primera. El viejo canto que rezaba “no tienen cancha y se fue a la B” resonaba como una herida que dolía demasiado. El sentimiento de hincha se fue reforzando en canchas ajenas y con mudanzas periódicas. Así grité por sus colores en cancha de Boca, Huracán y Ferro, pero San Lorenzo tiene algo mágico, eso que hace que en las malas se aliente más y que las esperanzas jamás se pierdan. En el colegio, ningún cuervo de mi edad la pasó bien. Apenas alguna liguilla y los triunfos históricos contra Boca o River mitigaban la angustia, pero solo eso. Muchas veces, a modo de chicana, me preguntaban por qué me hice hincha de un equipo por el que sufría tanto. Las respuestas eran obvias, pero las malas llovían sobre el firmamento azulgrana. Tener un estadio propio parecía una utopía, el supermercado era una herida fortísima y el campeonato tan ansiado no llegaba y el calendario marcada 21 años de sequía en el fútbol grande. Volver a los tiempos de gloria parecía un milagro, pero estamos hablando de San Lorenzo. En 1994 llegó ese sueño llamado Nuevo Gasómetro, un sueño para todos los sanlorencistas que nunca habíamos visto un partido verdaderamente de local. Un año después el primer campeonato de mi vida y los títulos del 2001 y 2007 y los primeros dos títulos internacionales. Cuando la vuelta del equipo grande parecía imparable, nació la posibilidad de volver a Boedo y volver a pisar los terrenos que hicieron grande la historia de San Lorenzo. Y el 15 de noviembre de 2012 se cerró la brecha de lo imposible. Señores, lo imposible puede suceder y más si se trata de San Lorenzo. El equipo del que me hizo fanático mi viejo, que ya no está físicamente en este mundo, pero está en cada gol que grito de manera desaforada. San Lorenzo son las viejas pastas en la casa de la abuela antes de que nos llevaran a la cancha, aunque no nos interesara demasiado el fútbol. Es el placer de haber pagado una entrada para invitar a mi papá como retribución a tantos años de amor depositados en la pasión azulgrana. San Lorenzo es mi vieja, que era de River y logramos convertirla, o mi esposa, que luego de mucho trabajo la trajimos para Boedo, o el trabajo fino que hago con mi hija para que lleve en la sangre el orgullo azulgrana. San Lorenzo es eso, es amor, es su gente, es un sentimiento que no tiene explicación, es la familia, son los amigos con los que fuimos y vamos a la cancha. Para San Lorenzo todo es posible, lo único imposible es dejar de quererlo.