La melancolía es una de las adjetivaciones que más nos definen a los porteños. Esa suerte de añoranza de todo pasado mejor, instaurada en la humedad de sus calles y sus viejas tradiciones con las que el huracán de la modernidad todavía no pudo. La impronta del arrabal, los faroles y las casas chorizo son solo parte de aquel viejo Buenos Aires que más de uno recuerda y se le comprime la garganta hasta formar un nudo.
La otra Buenos Aires que se erigió en las últimas décadas le discute terreno en una guerra silenciosa que se produce todos los días en calles y avenidas. El conflicto ya ha tenido muchos mártires que cedieron ante las topadoras y algunos otros que sufrieron heridas en los cimientos tras ser excavados más de la cuenta desde los terrenos lindantes. Pero la construcción de propiedades por el déficit ocupacional de Buenos Aires no solo tiene como resultado la proliferación de edificios en lo alto del cielo porteño. Este fenómeno conlleva problemas del estilo edilicio y funcional de la Ciudad; pero esta nueva forma de construcción irrestricta puede, también,dejar declarado un colapso de los servicios públicos. La estructura de Buenos Aires está al límite, y multiplicar por 40 la cantidad de instalaciones de luz, gas y agua para construir una megatorre no hace más que contribuir a colapsar sus caños.
Sin embargo, en estas épocas donde un sesudo slogan podría ser "Buenos Aires, Buenos Negocios", el debate trata de ponerse en el plano de modernidad, en detrimento de lo viejo. Como si aquella parte de la ciudad donde el paisaje parece haber quedado inherte en el tiempo, fuera un signo de atraso en lugar de una parte tradicional e histórica que los porteños atesoramos como testimonio de la cultura.
Al menos esos piensan los vecinos de la próxima víctima del "progreso", San Telmo. Este barrio es el casco histórico de la Ciudad de Buenos Aires, que recibió a los primeros caserones de la etapa colonial y que supo llenarse de palacios de las familias adineradas hasta la fuga por la fiebre amarilla. Luego copado por los inmigrantes que le dieron forma de conventillos a esos grandes palacetes, el barrio guarda mucho de la arquitectura de esos años. Los adoquines históricos de sus calles encierran mil historias de la bohemia porteña y del nacimiento del arrabal en cercanías del puerto. Hoy, el Gobierno Porteño quiere hacer peatonal una de sus arterias principales, la calle Defensa. Y con ese intento poco feliz de fomentar el turismo en la zona y llevarle un halo de modernidad, con megaproyectos hoteleros y gastronómicos, se está perdiendo de vista el principal atractivo del lugar, su emplazamiento histórico. El impacto que sufriría San Telmo con un proyecto de ese calibre y el cambio de paisaje puede llegar a ser contraproducente con el cremiento del barrio. Mejor sería hablar de una planificación seria de restauración de edificios para embellecer la escenografía de por sí pintoresca, algo que algunos gobiernos anteriores de Buenos Aires habían comenzado a esbozar, pero no terminaron de ejecutar.
El mal de confundir viejo por tradicional tiene mucho tiempo en la historia de nuestro país. La demolición parcial o total de edificios históricos bajo la retórica de la modernidad ha hecho estragos en la Argentina. Vale como ejemplo las demolición y posterior reconstrucción de la Casa de Tucumán y las transformaciones del Cabildo de Buenos Aires, que perdió la torre en una refacción y hubo que hacerla nuevamente. Si los dos monumentos más importantes de nuestra Nación sufrieron esa suerte, no es de esperar que lugares de menor contexto simbólico sean desechados por las aplanadoras de lo moderno. Paradójicamente la historia de Argentina ha hecho lo mismo indefinidas veces con las ideas, las construcciones políticas y las ideológicas. Parece una coincidencia casi sarcástica que nunca haya habido un plan político que haya resistido más allá de lo que duró un mandato presidencial; y ni que hablar de las topadoras manchadas de sangre de los golpes militares sistemáticos.
Ciertas ironías del destino se suceden en paralelo en un país y suelen tener la misma solución. Es hora de armar un plan a largo plazo, bien planificado y con etapas ciertas a cumplir para que nunca más suframos un derrumbe y que nuestros cimientos solo necesiten remodelaciones.
La otra Buenos Aires que se erigió en las últimas décadas le discute terreno en una guerra silenciosa que se produce todos los días en calles y avenidas. El conflicto ya ha tenido muchos mártires que cedieron ante las topadoras y algunos otros que sufrieron heridas en los cimientos tras ser excavados más de la cuenta desde los terrenos lindantes. Pero la construcción de propiedades por el déficit ocupacional de Buenos Aires no solo tiene como resultado la proliferación de edificios en lo alto del cielo porteño. Este fenómeno conlleva problemas del estilo edilicio y funcional de la Ciudad; pero esta nueva forma de construcción irrestricta puede, también,dejar declarado un colapso de los servicios públicos. La estructura de Buenos Aires está al límite, y multiplicar por 40 la cantidad de instalaciones de luz, gas y agua para construir una megatorre no hace más que contribuir a colapsar sus caños.
Sin embargo, en estas épocas donde un sesudo slogan podría ser "Buenos Aires, Buenos Negocios", el debate trata de ponerse en el plano de modernidad, en detrimento de lo viejo. Como si aquella parte de la ciudad donde el paisaje parece haber quedado inherte en el tiempo, fuera un signo de atraso en lugar de una parte tradicional e histórica que los porteños atesoramos como testimonio de la cultura.
Al menos esos piensan los vecinos de la próxima víctima del "progreso", San Telmo. Este barrio es el casco histórico de la Ciudad de Buenos Aires, que recibió a los primeros caserones de la etapa colonial y que supo llenarse de palacios de las familias adineradas hasta la fuga por la fiebre amarilla. Luego copado por los inmigrantes que le dieron forma de conventillos a esos grandes palacetes, el barrio guarda mucho de la arquitectura de esos años. Los adoquines históricos de sus calles encierran mil historias de la bohemia porteña y del nacimiento del arrabal en cercanías del puerto. Hoy, el Gobierno Porteño quiere hacer peatonal una de sus arterias principales, la calle Defensa. Y con ese intento poco feliz de fomentar el turismo en la zona y llevarle un halo de modernidad, con megaproyectos hoteleros y gastronómicos, se está perdiendo de vista el principal atractivo del lugar, su emplazamiento histórico. El impacto que sufriría San Telmo con un proyecto de ese calibre y el cambio de paisaje puede llegar a ser contraproducente con el cremiento del barrio. Mejor sería hablar de una planificación seria de restauración de edificios para embellecer la escenografía de por sí pintoresca, algo que algunos gobiernos anteriores de Buenos Aires habían comenzado a esbozar, pero no terminaron de ejecutar.
El mal de confundir viejo por tradicional tiene mucho tiempo en la historia de nuestro país. La demolición parcial o total de edificios históricos bajo la retórica de la modernidad ha hecho estragos en la Argentina. Vale como ejemplo las demolición y posterior reconstrucción de la Casa de Tucumán y las transformaciones del Cabildo de Buenos Aires, que perdió la torre en una refacción y hubo que hacerla nuevamente. Si los dos monumentos más importantes de nuestra Nación sufrieron esa suerte, no es de esperar que lugares de menor contexto simbólico sean desechados por las aplanadoras de lo moderno. Paradójicamente la historia de Argentina ha hecho lo mismo indefinidas veces con las ideas, las construcciones políticas y las ideológicas. Parece una coincidencia casi sarcástica que nunca haya habido un plan político que haya resistido más allá de lo que duró un mandato presidencial; y ni que hablar de las topadoras manchadas de sangre de los golpes militares sistemáticos.
Ciertas ironías del destino se suceden en paralelo en un país y suelen tener la misma solución. Es hora de armar un plan a largo plazo, bien planificado y con etapas ciertas a cumplir para que nunca más suframos un derrumbe y que nuestros cimientos solo necesiten remodelaciones.
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