La década del ´90 en la Argentina ha dejado mucho para analizar. Desde la política económica neoliberal que derivó en una crisis terminal, hasta la farandulización de los representantes del pueblo que mostraban en las revistas sus fastuosos bienes, sin considerar que les sería imposible demostrar ante la justicia cómo se hicieron de ellos. Pero la estocada que dejó la herida más profunda redundó alrededor de la participación política y de la inserción de la juventud en ella.
El individualismo y el autismo político se mostraban como los dos grandes corseles de esos tiempos todavía formativos de la democracia argentina. La incesante corrupción, la lejanía del poder con respecto al pueblo y un sinfín de maniobras; sumado a la irrestricción de importaciones que inundó el mercado nacional de productos fabricados en otros países que nos hizo sentir del primer mundo; cerraron el cerco de una sociedad que comenzó a tornarse individualista y acorazarse en un mundo que a priori era ficticio y que en algún momento iba a explotar.
Frases como “la política es sucia” o directamente “la política es una mierda”, acompañadas de “y por eso yo no me meto”, mostraban la fórmula de la victoria de ese régimen que lograba así la perpetuación en un poder que cambiaría de manos, pero no de protagonistas. Todo quedaría relegado a un grupo reducido y hegemónico. Si nadie puede o quiere entrar en este espectro, quienes ya participan en política tenían la permanencia asegurada, con algún cambio de nombre o de puesto, pero nada saldría de ellos. La corporación se había formado.
Los jóvenes con inquietudes políticas debieron ver truncado su afán de construcción de alternativas hacia un rol de resistencia. Palabras como renovación o juventud no fueron tenidas en cuenta durante la década. La vieja militancia juvenil conoció el ostracismo y hasta los viejos partidos minoritarios sufieron esa suerte de alianza compulsiva que terminó por obturar aquella costumbre de formar a los cuadros políticos con miras generar futuros dirigentes.
La discutible renovación que se dio a partir de Diciembre de 2001, no cambió nombres del todo pero si las formas de hacer política en la Argentina. Ya sea por obra y gracia de cada ciudadano que le dijo no a los viejos dinosaurios que querían volver, como por aquellos partidos que entendieron el mensaje de la sociedad y renovaron su apuesta hacia la juventud y a traccionar dirigentes de abajo hacia arriba.
Es decir que la denominada falazmente “nueva política”, en realidad tuvo su germen en estas instancias y fue el punto de partida para una incipiente renovación que hoy se comienza a observar tanto en las cámaras de representantes como en los niveles ejecutivos. No parece ser casual el ascenso de Sergio Massa a la Jefatura de Gabinete para cambiarle la cara al gobierno nacional luego de la derogación de la resolución 125. Una visión jóven y menos contaminada que la de Alberto Fernandez podría darle otras formas de hacer y comunicar al gobierno y relanzar así la imagen de la Presidenta Cristina Kirchner. También se adscribe el caso del legislador porteño Juan Cabandié, quien de 2004 hasta hoy se convirtió en un referente juvenil y hoy está a cargo de la Secretaría Nacional de la Juventud Peronista.
A estos casos, también se suman una gran cantidad de recambios políticos como Adrián Pérez, jefe de bancada en diputados de Coalición Cívica, Roy Cortina en el socialismo o Victoria Donda del movimiento Libres del Sur. Todos ellos encarnan una nueva forma de ver la política y tal vez en algunos años lleguen a los cargos ejecutivos.
En 2008, la apatía parece haberse extinguido y la política retomó su espacio en el imaginario social de los argentinos. Sin embargo, la batalla no está totalmente ganada, la politización de la sociedad es una herramienta fundamental en los pueblos democráticos ya que hoy no basta con asistir a las urnas sino ejercer el contralor social que todo gobierno necesita. Pero mirando en perspectiva, estamos muy lejos de aquella apatía.
El individualismo y el autismo político se mostraban como los dos grandes corseles de esos tiempos todavía formativos de la democracia argentina. La incesante corrupción, la lejanía del poder con respecto al pueblo y un sinfín de maniobras; sumado a la irrestricción de importaciones que inundó el mercado nacional de productos fabricados en otros países que nos hizo sentir del primer mundo; cerraron el cerco de una sociedad que comenzó a tornarse individualista y acorazarse en un mundo que a priori era ficticio y que en algún momento iba a explotar.
Frases como “la política es sucia” o directamente “la política es una mierda”, acompañadas de “y por eso yo no me meto”, mostraban la fórmula de la victoria de ese régimen que lograba así la perpetuación en un poder que cambiaría de manos, pero no de protagonistas. Todo quedaría relegado a un grupo reducido y hegemónico. Si nadie puede o quiere entrar en este espectro, quienes ya participan en política tenían la permanencia asegurada, con algún cambio de nombre o de puesto, pero nada saldría de ellos. La corporación se había formado.
Los jóvenes con inquietudes políticas debieron ver truncado su afán de construcción de alternativas hacia un rol de resistencia. Palabras como renovación o juventud no fueron tenidas en cuenta durante la década. La vieja militancia juvenil conoció el ostracismo y hasta los viejos partidos minoritarios sufieron esa suerte de alianza compulsiva que terminó por obturar aquella costumbre de formar a los cuadros políticos con miras generar futuros dirigentes.
La discutible renovación que se dio a partir de Diciembre de 2001, no cambió nombres del todo pero si las formas de hacer política en la Argentina. Ya sea por obra y gracia de cada ciudadano que le dijo no a los viejos dinosaurios que querían volver, como por aquellos partidos que entendieron el mensaje de la sociedad y renovaron su apuesta hacia la juventud y a traccionar dirigentes de abajo hacia arriba.
Es decir que la denominada falazmente “nueva política”, en realidad tuvo su germen en estas instancias y fue el punto de partida para una incipiente renovación que hoy se comienza a observar tanto en las cámaras de representantes como en los niveles ejecutivos. No parece ser casual el ascenso de Sergio Massa a la Jefatura de Gabinete para cambiarle la cara al gobierno nacional luego de la derogación de la resolución 125. Una visión jóven y menos contaminada que la de Alberto Fernandez podría darle otras formas de hacer y comunicar al gobierno y relanzar así la imagen de la Presidenta Cristina Kirchner. También se adscribe el caso del legislador porteño Juan Cabandié, quien de 2004 hasta hoy se convirtió en un referente juvenil y hoy está a cargo de la Secretaría Nacional de la Juventud Peronista.
A estos casos, también se suman una gran cantidad de recambios políticos como Adrián Pérez, jefe de bancada en diputados de Coalición Cívica, Roy Cortina en el socialismo o Victoria Donda del movimiento Libres del Sur. Todos ellos encarnan una nueva forma de ver la política y tal vez en algunos años lleguen a los cargos ejecutivos.
En 2008, la apatía parece haberse extinguido y la política retomó su espacio en el imaginario social de los argentinos. Sin embargo, la batalla no está totalmente ganada, la politización de la sociedad es una herramienta fundamental en los pueblos democráticos ya que hoy no basta con asistir a las urnas sino ejercer el contralor social que todo gobierno necesita. Pero mirando en perspectiva, estamos muy lejos de aquella apatía.
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