lunes, 19 de julio de 2010
Leyes, usos y costumbres
La ley del matrimonio igualitario ya es una realidad. Mucha agua pudo correr bajo el puente de palabras tan fundamentales para la sociedad argentina como familia, matrimonio, amor y tolerancia. También hemos asistido a un sinnúmero de actores sociales que no tienen mucho que ver con una discusión sobre la igualación de derechos de habitantes de una nación más allá de su elección sexual. Iglesia, entidades de protección de la familia u otros representantes que dicen proteger los intereses infantiles, no parecen tener directa relación con el tema que se trató. Pero como todo tiene siempre que ver con todo y el periodismo es en alguna forma servicio, pero han hecho cargo a la sociedad de muchos, demasiados, juicios de valor que al parecer pueden tener sentido aunque no sea así en lo absoluto.
Una de los primeros grandes miedos que a priori dicen tener algunos de los discutibles líderes de opinión que pulularon por los medios en los últimos días implica que la familia va a dejar de serlo influidos por esa especie de plaga como denominan a la homosexualidad. Bien, este tema trae muchas aristas en su viaje de los miedos injustificados hacia la realidad. En primer término, se está hablando de un estadío a futuro que no es tal ya que muchas familias constituidas con dos padres o dos madres ya existen y estaban acéfalas de legislación en el caso de quien tuviera la patria potestad del menor, el otro padre o madre no tendría ningún derecho legal sobre el niño que, legislación hasta el miércoles mediante, debería ir a un instituto de menores y esperar una nueva adopción. Es decir que la ley de matrimonio igualitario vino a mejorar un vacío legal.
Otro de los miedos implementados versa alrededor de posibles desviaciones sexuales de los menores hijos de un matrimonio integrados por personas del mismo sexo. Aunque no hay demasiados estudios realizados (por qué debería de haberlos) muestran que las únicas diferencias entre niños criados por parejas heterosexuales y homosexuales se da a favor de los segundos por su mejor relación con niños más pequeños que ellos. Y si se tiene en cuenta que todos los hombres y mujeres que sienten atracción por personas del mismo sexo se han criado en su casi totalidad en familias de personas heterosexuales, no se puede pretender que haya un mayor porcentaje de hijos inclinados hacia la homosexualidad por tener padres o madres de esa condición. Que quede claro, la homosexualidad es una inclinación natural y de sentimientos hacia personas del mismo sexo, es decir que se siente y no es posible ser educado para ello. Muchos padres de hijos gays que no les gusta que sus hijos sientan eso, lo pueden atestiguar.
Hay, también, miedos con los que se intentó convencer a la población de no apoyar esta nueva ley y tienen que ver con la vida y la participación de los chicos en la sociedad. En primer lugar, y aunque cualquier padre quiera evitarlo, la crueldad de los chicos cuando interactúan en la escuela, club, barrio u otro escenario es inevitable y es también parte del aprendizaje social de todos. Ahora, cuál es la mejor forma de que esos chicos dejen de sufrir discriminación por pertenecer a un grupo social minoritario es simplemente eso, sentar las normas desde el Estado para que estas situaciones sean cada día más comunes y la sociedad crezca en educación y tolerancia de la mano de las Instituciones. Que quede claro, si algún niño discrimina es problema suyo y de su familia, no del discriminado.
Y por último, la iglesia, que llamó a una guerra de Dios contra una ley que permite algo que para ellos es antinatural, aunque nadie los obligue a casar por iglesia a personas del mismo sexo, sino que solo aplica al Código Civil que se separó de la Iglesia hace ya 130 años. Tan luego una Iglesia de la cual el propio Papa habló hace pocos meses del grave problema que tiene con los sacerdotes pedófilos. La pedofilia aplica tanto, al parecer, a curas, padres y madres heterosexuales como homosexuales; es decir que si alguien es perverso o pedófilo, no tiene que ver con su orientación sexual sino con una enfermedad. Los enfermos son ellos.
La banda de rock más revolucionaria del mundo cantó haya por finales de los ’60: “Todo lo que necesitas es amor”. Y de eso se trata, de proteger y bañar con la protectora vara del derecho y la ley cualquiera de las manifestaciones de ese amor. Estar o no de acuerdo no es el problema, sino darse cuenta que existe el otro, ponerse en su lugar y tratar de comprenderlo, no prejuzgarlo, discriminarlo o estereotiparlo. Y de esa manera convertir una ley en un uso y costumbre que ayudará a madurar a nuestra sociedad.
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