miércoles, 20 de octubre de 2010
Recortar vs incluir
Reasignación de partidas. Ahorro. Maximización de recursos. Prioridades. Manejo de partidas. Evitar el desahorro. Pequeños esfuerzos. Profundas discusiones. Como muchos de los eufemismos que se han usado a lo largo de la historia reciente de la Argentina, todas las palabras conducen a una sola: Recorte.
En los últimos días este término marcó la delgada línea divisoria entre dos modelos de país. Por un lado quienes proponían un Estado eficiente, con una economía consolidada y en pleno crecimiento, de políticas inclusivas y proyectos de futuro mediante esa inclusión; contra el modelo de las viejas recetas neoliberales aplicadas en nuestro país desde mediados de la década del ´70 de la mano de Fondo Monetario Internacional y que propone como única receta la frialdad de los números, sin tomar en cuenta a las personas que hay detrás de ellos ni sus necesidades más básicas.
En un rincón los defensores del modelo económico instaurado en 2003 que sigue dando frutos tanto a los grandes empresarios como a los viejos olvidados y expulsados del sistema, que tomó como impulso (no sin errores en su proceso de avance) la inclusión como política de crecimiento y la participación en el mercado como forma de seguir dándole impulso al proceso económico y lograr así que el ciclo se retroalimentara. En el otro la siempre advertencia de no gastar las arcas públicas, desacelerar la economía y tratar de reducir al Estado a su mínima expresión.
La realidad del tratamiento del 82% móvil para los jubilados desenmascaró una de las realidades más crudas que vive el país y que va mucho más allá del encono que pueda tener la oposición ante el gobierno. Aquí se pueden ver ideologías en su punto más puro, si se rasca un poco la superficie de enojos y discursos un tanto efervescentes.
Desde las declaraciones del Vicepresidente Julio Cobos, al pedir una “profunda discusión” para saber de dónde se sacarán los fondos (entre 28 y 40 mil millones según distintas estimaciones) o las del radical Gerardo Morales al deslizar que si no se pagara la Asignación Universal por Hijo, se ganaría gran parte del dinero para el incremento a jubilaciones y pensiones. También se ha escuchado en tono de acusación que si el dinero de la Anses solo se usara para pagar jubilaciones, alcanzaría. Es decir que todas las voces llegan al mismo lugar, recortar partidas que ya existen, sacar de un lugar para poner en otro sin mirar más allá. Algo así como echar mano de un bolsillo para rellenar otro, aunque este se quede vacío.
Algo distinto plantea hoy la administración de la Anses, que invierte parte de su dinero y el tan mentado Fondo de Sustentabilidad creado con el dinero y los valores que llegaron con la estatización de las AFJP para fomentar la industria. Y el cálculo es sencillo: a mayor inversión en la industria, más puestos de trabajo que se crean. A mayor cantidad de nuevos puestos laborales, mayor cantidad de aportes y así, a mayor cantidad de aportes el sistema provisional tiene mayor capacidad de autofinanciarse y poder afrontar los beneficios para una población que tiene cada día mayor expectativa de vida y mayor tiempo percibiendo jubilaciones y pensiones. Por otro lado, la Anses no sólo se financia con los aportes de los trabajadores en actividad, recibe también partidas del cobro del IVA o del impuesto a las ganancias, entre otros. Por lo tanto, en este caso, a mayor inversión, mayor cantidad de aportes, mayor consumo y mayor demanda. La rueda económica gira y se retroalimenta.
No parece necesario caer en la vieja polémica de decir que estos mismos legisladores que hoy votan el 82% móvil fueron los que le sacaron el 13% a los jubilados en 2001. Pero la ideologización de estos hombres y mujeres para buscar soluciones lleva a pensar que su aprendizaje político remite más a los años del reinado del FMI que a la búsqueda de soluciones más mundanas y fuera de los libros que coquetean con el neoliberalismo. La comparación con la política económica que se instauró en 2003 (para se más exactos mediados de 2002) no da mucho espacio a discusiones. La propuesta de un Estado que da superávit, que produce gasto público como política de crecimiento y que puede hacer frente a compromisos internacionales para adquirir previsibilidad en el mundo y atraer inversiones, no deja demasiadas dudas a nivel económico.
Es por eso que la disyuntiva de hoy entre estos dos modelos económicos no debería dejar lugar a dudas. En esta época donde la verdadera información escasea, se hace necesario abstraerse un poco de los medios y ponerse a pensar cómo estábamos hace 9 años y cómo estamos ahora. Tal vez ese sea el mejor ejercicio.
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