"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

viernes, 13 de junio de 2008

Contextos y contradicciones


Los eufemismos suelen esconder faltas graves a la verdad. Con esta frase, un profesor de Sociedad y Estado le daba el puntapié a su clase en un CBC de la Universidad de Buenos Aires. Manifestaba que en la forma de decir también se encierra ideología y remitía puntualmente a la “dictadura” militar de 1976, a la que muchos argentinos llamaban de manera morigerada “proceso”. Si bien eran tomados como sinónimos por los argentinos en general, la etimología de cada una de estas palabras remite a significados bien distintos.
Tal vez un mal argentino, una de las tantas indefiniciones que nos atraviesan, o simplemente un legado de años de miedo que quedó arraigado en el léxico como forma de victoria simbólica. Lo cierto es que el uso de las palabras aportan identidad a una generación para bien o para mal y son un excelente muestrario de las relaciones sociales que se dan en un momento determinado; incluida sus características menos amigables.
Es el viejo dilema de la denotación y la connotación. Una palabra que denota en sí su significado, puede representar (o connotar) en forma peligrosa múltiples significaciones, y algunas de ellas pueden intentar embellecer situaciones que no huelen bien. En estos últimos 90 días pudo observarse claramente algunas de estas utilizaciones de lenguaje parcializado.
Desde el principio del denominado conflicto del campo (se tomó como totalidad el conflicto de un sector del agro) se habló de un paro o huelga; la realidad indicaba que se trató de un lock out. Una protesta de trabajadores con cesación de actividades con un objetivo en común, distó demasiado de los cortes programados de rutas por parte de los patrones de campo/piqueteros en busca de presionar a las autoridades, ante el peligro de un desabastecimiento en las ciudades. En la construcción de identidad social, el que hace un piquete es piquetero, no un productor en protesta; esto se debería dar sin distinción de clase ni ascendencia social.
Cuando el gobierno acusó recibo y trató de atenuar el impacto en las ganancias de los pequeños y medianos productores, al instituir las devoluciones mediante el CBU bancario, muchos productores se quejaron porque en este sector había una considerable cuota de “informalidad” y declarar todo reduciría aun más sus ganancias. Esto, dicho con claridad, es “trabajo en negro” o “evasión impositiva”. En este caso, la contradicción en la recepción de la gente hace que se apoye a los productores que no pagan impuestos, pero se condene a un vendedor ambulante por competencia desleal en detrimento de los comercios que sí los tributan.
En un rubro similar, algo que ha sido causal de denuncia desde entidades de derechos humanos en nuestro país, tiene que ver con lo que se denomina desde el sector agrario como “trabajo familiar”. Este tipo de ocupación incluye a niños dentro del grupo, por lo cual en la cosecha se utiliza “trabajo infantil”, produciendo un doble peligro. Por un lado la exposición de menores a riesgos por la manipulación de agroquímicos y el trabajo bajo condiciones climáticas extremas; y por el otro el uso de herramientas afiladas o cargas excesivas para su edad. Por más que se hable desde la visión folclórica de la familia trabajando en la cosecha en unidad; no deja de ser una práctica aberrante que no sólo atenta contra los Derechos de los niños, sino que provoca deserción escolar y pone en riesgo sus vidas.
La construcción de realidad es fundamental para esta época donde los medios masivos de comunicación se meten hasta en el rincón más privado de nuestra vida. La repetición de esas representaciones que recibimos le dan fuerza de verdad a los mensajes, y esto puede generar que cualquier ciudadano diga, en esa reproducción sistemática, exactamente lo contrario a lo que piensa. Y ese salto de ideología se da simplemente en elecciones de pequeñas palabras, al parecer inofensivas, que pueden cambiar el sentido de una frase. También pueden hacer que los hechos de hoy, cuando se los despoje del contexto, sean leídos en el futuro como algo realmente contrario a lo que pasó. La clave está en el relato y el uso de las palabras. Algo tan sencillo y tan complejo a la vez.

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