Palabras. Certeras hasta el dolor en algunos casos, motor de los más hilarantes disparates en otras ocasiones. Y por el otro lado la cultura que exige aceleración constante, respuestas inmediatas, rendimiento, rentabilidad y resultados a corto plazo. La rapidez le tuerce el brazo a la calidad. Pero el margen de error que implica este estado de velocidad constante tiende a agrandarse con cada pisada al acelerador, con las consecuencias del caso para cada actividad de nuestra sociedad. Como si el devenir sociocultural no se hubiera acomodado todavía al acortamiento de las distancias que hoy se ha logrado gracias a las nuevas herramientas de comunicación.
De la misma manera que el cuerpo reacciona ante un intruso y produce fiebre, hoy el tejido social muestra fuertes anomalías y reacomodamientos, hasta ahora fundidos con otros problemas que enmascaran el fondo de la situación.
En la Argentina, intervenida por los medios de comunicación que finalmente llegaron a todos lados, el conflicto con el campo es un excelente ejemplo de una sociedad que corre desde atrás los acontecimientos. La noticia se expande a velocidades inimaginables, pero el margen de error que esto provoca se puede observar en los términos utilizados, no solo por los medios masivos de comunicación, sino por los propios protagonistas que son cooptados (como el grueso de la sociedad) por ellos. La forma impredecible de la comunicación se puede ver en las respuestas mediáticas entre la mesa de enlace de las entidades del campo y el Gobierno Nacional. Por presión de los medios o de sus propias organizaciones, las decisiones tomadas en ambos sectores no suelen ser una verdadera respuesta a los hechos acontecidos o a los avances de la negociación. Parecieran reacciones ante una palabra de un discurso, dejándose llevar por la coyuntura del día, sin percibir qué hay mas allá. En algunos casos, las respuestas encierran errores conceptuales de gran magnitud. Es así como en los últimos días hemos escuchado sobre una resolución (125/08) del Ministerio de Economía y Producción, terminologías de la talla de decreto, ley o impuesto. Aunque no parecen diferir demasiado en su significado, cada una de estas tres palabras encierra tratamientos distintos y otro tenor de legitimidad.
De igual manera, la aprobación o no por parte del congreso de las retenciones móviles, encerró una falacia que fue repetida por todos los medios por contagio. Detrás de la inmediatez venía cabalgando el conocimiento parlamentario, quien rezaba que no existe ningún proyecto presentado por el Poder Ejecutivo para sancionar que no pueda ser discutido o modificado por el Congreso. Si bien se lo puede votar a libro cerrado, no es una condición que pueda incluir el autor del documento. Sin embargo, durante varias horas circuló una información como mínimo errónea y antipática. Y en un momento donde la opinión pública convertida en ciudadanía está tan crispada (cada uno desde su punto de vista, equivocados o no) es necesario tener la mayor responsabilidad al echar a rodar una información que puede recrudecer antagonismos inútiles. Hoy todos están oscilando entre la desorientación y la reacción, sin medias tintas y magnificando situaciones que no coinciden con lugar y tiempo. La desinformación es una fogata que le da temperatura al ánimo social, y depositar más leña sobre las brasas con primicias inmediatas sin sustento o con una visión aproximada a la realidad puede ser peligroso. Aunque los espectadores así lo exijan.
La vorágine de la sociedad, también trae consigo otro factor desfavorable que tiene que ver con la falta de visión a largo plazo. Si bien al día de hoy, el Estado se ve como usurero y saqueador de las cuentas de los productores agrícolas, de desplomarse el precio internacional de la soja, es el mismo ente el que se va a hacer cargo de que estos productores mantengan la misma rentabilidad. Puede que la soja no baje de precio, pero los avatares económicos internacionales suelen ser impredecibles, nadie pudo predecir las crisis bursátiles de los 90, ni los efectos que llegaron a la Argentina.
Una frase muy usada por entrenadores deportivos dice “no hay que confundir velocidad con vértigo”. En un país joven como la Argentina, que sufrió tantos cambios estructurales, políticos y económicos por ruptura en los últimos 50 años, nunca sintió la presencia de una modificación paulatina en sus estructuras. Romper con lo anterior es el uso y costumbre que todos tenemos en la cabeza por herencia colectiva. Se podría probar con la receta de planear un cambio sociocultural a largo plazo, con la paciencia y la tolerancia que el proyecto colectivo requiere. No sería nada descabellado, solamente cambiar el rumbo pero manteniendo un horizonte en común.
De la misma manera que el cuerpo reacciona ante un intruso y produce fiebre, hoy el tejido social muestra fuertes anomalías y reacomodamientos, hasta ahora fundidos con otros problemas que enmascaran el fondo de la situación.
En la Argentina, intervenida por los medios de comunicación que finalmente llegaron a todos lados, el conflicto con el campo es un excelente ejemplo de una sociedad que corre desde atrás los acontecimientos. La noticia se expande a velocidades inimaginables, pero el margen de error que esto provoca se puede observar en los términos utilizados, no solo por los medios masivos de comunicación, sino por los propios protagonistas que son cooptados (como el grueso de la sociedad) por ellos. La forma impredecible de la comunicación se puede ver en las respuestas mediáticas entre la mesa de enlace de las entidades del campo y el Gobierno Nacional. Por presión de los medios o de sus propias organizaciones, las decisiones tomadas en ambos sectores no suelen ser una verdadera respuesta a los hechos acontecidos o a los avances de la negociación. Parecieran reacciones ante una palabra de un discurso, dejándose llevar por la coyuntura del día, sin percibir qué hay mas allá. En algunos casos, las respuestas encierran errores conceptuales de gran magnitud. Es así como en los últimos días hemos escuchado sobre una resolución (125/08) del Ministerio de Economía y Producción, terminologías de la talla de decreto, ley o impuesto. Aunque no parecen diferir demasiado en su significado, cada una de estas tres palabras encierra tratamientos distintos y otro tenor de legitimidad.
De igual manera, la aprobación o no por parte del congreso de las retenciones móviles, encerró una falacia que fue repetida por todos los medios por contagio. Detrás de la inmediatez venía cabalgando el conocimiento parlamentario, quien rezaba que no existe ningún proyecto presentado por el Poder Ejecutivo para sancionar que no pueda ser discutido o modificado por el Congreso. Si bien se lo puede votar a libro cerrado, no es una condición que pueda incluir el autor del documento. Sin embargo, durante varias horas circuló una información como mínimo errónea y antipática. Y en un momento donde la opinión pública convertida en ciudadanía está tan crispada (cada uno desde su punto de vista, equivocados o no) es necesario tener la mayor responsabilidad al echar a rodar una información que puede recrudecer antagonismos inútiles. Hoy todos están oscilando entre la desorientación y la reacción, sin medias tintas y magnificando situaciones que no coinciden con lugar y tiempo. La desinformación es una fogata que le da temperatura al ánimo social, y depositar más leña sobre las brasas con primicias inmediatas sin sustento o con una visión aproximada a la realidad puede ser peligroso. Aunque los espectadores así lo exijan.
La vorágine de la sociedad, también trae consigo otro factor desfavorable que tiene que ver con la falta de visión a largo plazo. Si bien al día de hoy, el Estado se ve como usurero y saqueador de las cuentas de los productores agrícolas, de desplomarse el precio internacional de la soja, es el mismo ente el que se va a hacer cargo de que estos productores mantengan la misma rentabilidad. Puede que la soja no baje de precio, pero los avatares económicos internacionales suelen ser impredecibles, nadie pudo predecir las crisis bursátiles de los 90, ni los efectos que llegaron a la Argentina.
Una frase muy usada por entrenadores deportivos dice “no hay que confundir velocidad con vértigo”. En un país joven como la Argentina, que sufrió tantos cambios estructurales, políticos y económicos por ruptura en los últimos 50 años, nunca sintió la presencia de una modificación paulatina en sus estructuras. Romper con lo anterior es el uso y costumbre que todos tenemos en la cabeza por herencia colectiva. Se podría probar con la receta de planear un cambio sociocultural a largo plazo, con la paciencia y la tolerancia que el proyecto colectivo requiere. No sería nada descabellado, solamente cambiar el rumbo pero manteniendo un horizonte en común.
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