sábado, 3 de enero de 2009
Militancia
Lucho volvió a la política. No es una afirmación boba de un gran operador de partido o la esperanza latente de la reconstrucción de alguna agrupación alicaída, que en algún tiempo supo brillar. Es simplemente eso, Lucho, un tipo simple y con apetito de distribución igualitaria de las riquezas, decidió reiniciar su participación en política.
Lucho venía de una familia de muy poca militancia, una madre pseudo radical (de familia, como solía decir ella) y una padre que había encontrado en el socialismo un refugio de los ideales peronista que el abuelo de Lucho militaba desde el sindicato de choferes de ómnibus; al cual renunció cuando su esposa pasó un muy mal momento al salir a gritar en contra de Perón en plena calle. Es decir que su familia no aportaba ningún acercamiento a la actividad.
Con los 18 años recién cumplidos y algunas ideas claras sobre lo que era la política, Lucho optó por iniciar su participación en aquel Frente Grande conducido por Chacho Álvarez. El enemigo estaba en el gobierno y era esa horda de destrucción económica y cultural llamada menemismo. Ante la magnitud de los hechos las opciones eran claras: o integrarse a un espacio de resistencia y capear la tormenta desde un lugar menos protagónico pero no por eso menos importante; o acercarse a un espacio de construcción de poder desde donde pudiera ayudar a generar un cambio. La movida política fascinó a Lucho y lo insertó dentro del Frepaso. El trabajo comunitario en los barrios carenciados, las marchas bajo las banderas partidarias y el aguante de los encuentros políticos parecían hechos para él. Si bien hubo debut con derrota en las presidenciales del 95, las perspectivas en las siguientes elecciones iban mejorando en demasía. La alternativa al gobierno menemista estaba ya formada.
Pero el 97 y el 2000 pegaron muy fuerte en este militante. La formación de la Alianza con la que Lucho y su grupo más cercano nunca estuvieron de acuerdo, sumado al escándalo de las coimas en el Senado que lanzó a la renuncia a Chacho Álvarez, pusieron punto final a la primera etapa de su vida y de su militancia. Lucho presentó la renuncia al partido con una frase elocuente: “No quiero ser cómplice de un gobierno neoliberal”. Sus sueños se habían caído a pedazos como los actores políticos que sostenían los pilares de su partido.
En su período hasta hoy, Lucho maldijo ausencias, aplaudió victorias y soñó interminablemente con alguien que renovara sus esperanzas. Dejar de estar pasivo, dejar de reflexionar para darle curso de acción a sus pensamientos. Volver a sentir como propias las ideas de un grupo de personas, militar, dibatir, apoyar, marchar; todas aquellas cosas de las que se estaba privando por aquel duelo que se autoimpuso durante el principio del fin del gobierno de la Alianza.
Y hoy volvió a militar. Ayer marchó por primera vez bajo las banderas de GEN (Generación por la Emancipación Nacional), un grupo de jóvenes kirchneristas que tienen presencia en los barrios del sur de la Ciudad de Buenos Aires y comulgan un proyecto nacional y popular que a Lucho le devolvió la alegría de estar en política. Ayer se lo vió pasar por la tele. Saltando, cantando y llevando su flameador como hace ya casi 10 años. Se lo veía feliz. Se lo veía con ganas.
Tal vez ese sea el punto de la militancia. Aplicarle a la política la alegría de hacer algo por los demás. La alegría de poder poner a disposición del otro las habilidades de uno. Crear un proyecto colectivo para vivir mejor y no sólo llevar la voz de otro casi mecánicamente. Sea de la alternativa política que sea, deberíamos volver a transpirar política, a debatir sin cesar y a proponer qué queremos para nosotros y nuestros hijos. Pero sin perder nunca esa alegría de hacer algo por el otro. Tal vez esa sea la visión de Lucho hoy, mientras que en sus ojos el brillo no se apaga.
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