
Una postal del conflicto. Dos personas en una foto. La Plaza de Mayo como escenario. El cacerolazo del 25 de Marzo como contexto. Una señora de clase acomodada, cartera y anteojos para ver de cerca en su cuello, sostiene del brazo a su empleada doméstica que golpea a desgano una cacerola. La señora no ejerce esa protesta con sus propias manos. La cara de la empleada en la foto tiene más fastidio que furia o protesta. Horas después, esa foto se hizo emblema de unos y otros.
Es una verdadera paradoja de la situación política actual que una imagen inerte plasmada en una fotografía pueda personificar tan cabalmente los pensamientos de una sociedad que se divide y se reagrupa de una manera más que interesante. Se trata, claro, de una temperatura social que cambia casi por minuto y se adscribe a las intermitencias de la política actual. Del diálogo al grosero corte de él, de la conciliación a las amenazas cuasi autoritarias, de la discusión de un modelo de país a los caprichos alejados de la realidad.
Lo cierto es que a partir del domingo, esa fotografía publicada en un diario de distribución masiva, las aguas se inquietaron en un debate que mucho dice de los argentinos hacia el interior del conflicto.
Los ecos no se hicieron esperar y lo que la foto denota entró a batallar hacia adentro de cada una de las posiciones que se avizoran desde los inicios del conflicto con el campo. Un joven que dice apoyar al gobierno transporta su bronca en forma de crítica de clase, al decir que la fotografía le hace recordar al período anterior a 1930, con un modelo de país basado en la producción primaria, con una oligarquía terrateniente, la riqueza concentrada en unos pocas manos y un sistema morigeradamente esclavizante. El manejo de la empleada doméstica agarrada del brazo como si fuera una extensión del cuerpo de su patrona, nutre un poco más su fervorosa interpretación desde su visión antagonista al reclamo del campo por las retenciones móviles, al fijar su opinión sobre el modelo de país que los ruralistas buscan.
En las antípodas ideológicas, un hombre de impecable traje aborda el tema desde las percepciones de realidad y refleja otra posición ante el conflicto. Con el beneficio de la duda como estandarte, comienza su alocución sin darle una definición unívoca a las intenciones de la empleada doméstica. Dice, desde su parecer, que el trabajo de la persona o sus pautas culturales no tienen nada que ver con estar o no de acuerdo con el gobierno de Cristina Kirchner. Que es un reduccionismo plantear la dicotomía de dominadora y dominada desde el poder que da ser empleador. Y, de esa manera, cierra su visión asentada en que el reclamo del campo es justo ante las retenciones disgresivas del gobierno.
Mucho se puede analizar por fuera de estas dos visiones. Si la empleada doméstica fue realmente contra su voluntad a la Plaza de Mayo, si lo hizo por otras motivaciones que las políticas, si la vestimenta que usó en el cacerolazo la hacía ciudadana o trabajadora al servicio de la señora, etc. Lo concreto, y lo plausible de análisis gira en torno a la fuerte dicotomía que hoy enfrenta a los argentinos y la inestabilidad de estas opiniones. Como un mercado de pases gigante, día a día, miles de personas piden permiso y se cruzan a la vereda de enfrente según lo dicte coyuntura vigente. El problema empieza cuando se buscan constantemente buenos y malos, o ganadores y perdedores, demócratas o autoritarios. Sin embargo, la arista clave para resolver el conflicto del campo ya no radica en mostrarse como ganadores de una negociación y pedir más o sentarse a entregar todo. Dentro de la escalas de grises que van del negro al blanco existen diversas formas de destrabar el conflicto. Y es allí donde radica la clave, en una negociación madura y alejada de cualquier tipo de presión. Poner en juego todos los aspectos donde se encuentran las discrepancias e iniciar la retórica de la discusión de ideas. No sólo para que las medidas de fuerza en torno a las retenciones queden en el pasado sino para construir un plan agroindustrial a largo plazo y con reglas claras. De esa manera se habrá vencido al conflicto y no a alguna de las partes.
Es una verdadera paradoja de la situación política actual que una imagen inerte plasmada en una fotografía pueda personificar tan cabalmente los pensamientos de una sociedad que se divide y se reagrupa de una manera más que interesante. Se trata, claro, de una temperatura social que cambia casi por minuto y se adscribe a las intermitencias de la política actual. Del diálogo al grosero corte de él, de la conciliación a las amenazas cuasi autoritarias, de la discusión de un modelo de país a los caprichos alejados de la realidad.
Lo cierto es que a partir del domingo, esa fotografía publicada en un diario de distribución masiva, las aguas se inquietaron en un debate que mucho dice de los argentinos hacia el interior del conflicto.
Los ecos no se hicieron esperar y lo que la foto denota entró a batallar hacia adentro de cada una de las posiciones que se avizoran desde los inicios del conflicto con el campo. Un joven que dice apoyar al gobierno transporta su bronca en forma de crítica de clase, al decir que la fotografía le hace recordar al período anterior a 1930, con un modelo de país basado en la producción primaria, con una oligarquía terrateniente, la riqueza concentrada en unos pocas manos y un sistema morigeradamente esclavizante. El manejo de la empleada doméstica agarrada del brazo como si fuera una extensión del cuerpo de su patrona, nutre un poco más su fervorosa interpretación desde su visión antagonista al reclamo del campo por las retenciones móviles, al fijar su opinión sobre el modelo de país que los ruralistas buscan.
En las antípodas ideológicas, un hombre de impecable traje aborda el tema desde las percepciones de realidad y refleja otra posición ante el conflicto. Con el beneficio de la duda como estandarte, comienza su alocución sin darle una definición unívoca a las intenciones de la empleada doméstica. Dice, desde su parecer, que el trabajo de la persona o sus pautas culturales no tienen nada que ver con estar o no de acuerdo con el gobierno de Cristina Kirchner. Que es un reduccionismo plantear la dicotomía de dominadora y dominada desde el poder que da ser empleador. Y, de esa manera, cierra su visión asentada en que el reclamo del campo es justo ante las retenciones disgresivas del gobierno.
Mucho se puede analizar por fuera de estas dos visiones. Si la empleada doméstica fue realmente contra su voluntad a la Plaza de Mayo, si lo hizo por otras motivaciones que las políticas, si la vestimenta que usó en el cacerolazo la hacía ciudadana o trabajadora al servicio de la señora, etc. Lo concreto, y lo plausible de análisis gira en torno a la fuerte dicotomía que hoy enfrenta a los argentinos y la inestabilidad de estas opiniones. Como un mercado de pases gigante, día a día, miles de personas piden permiso y se cruzan a la vereda de enfrente según lo dicte coyuntura vigente. El problema empieza cuando se buscan constantemente buenos y malos, o ganadores y perdedores, demócratas o autoritarios. Sin embargo, la arista clave para resolver el conflicto del campo ya no radica en mostrarse como ganadores de una negociación y pedir más o sentarse a entregar todo. Dentro de la escalas de grises que van del negro al blanco existen diversas formas de destrabar el conflicto. Y es allí donde radica la clave, en una negociación madura y alejada de cualquier tipo de presión. Poner en juego todos los aspectos donde se encuentran las discrepancias e iniciar la retórica de la discusión de ideas. No sólo para que las medidas de fuerza en torno a las retenciones queden en el pasado sino para construir un plan agroindustrial a largo plazo y con reglas claras. De esa manera se habrá vencido al conflicto y no a alguna de las partes.