Se han realizado demasiados análisis en nuestros días sobre el gen del político argentino. Someras investigaciones han detectado distintos tipos de conductas y todas cotizan en baja para la opinión pública. Hasta el caso más festejado, el político honesto, nace con el funesto aura de la declinación hacia algún futuro acto turbio. En la década pasada, acompañado por el nacimiento de la convertibilidad, se pudo observar cómo un nuevo tipo de hombre comenzaba a posicionarse en los primeros planos de la política; en detrimento de los viejos representantes que hacían carrera desde jóvenes y llegaban con experiencia de gestión. Los empresarios exitosos desembarcaron en los gobiernos exhibiendo chapa de líderes en el ámbito privado. Y no sólo se afincaron en cargos electivos, muchos fueron incorporados a carteras relacionadas con sus empresas por el gobierno nacional de ese entonces, para reforzar su política “liberal de mercado”.
Como en todo, la fascinación por estos perfiles mermó cuando la política volvió al centro de la escena, desplazando a la economía. En un contexto internacional distinto al de los 90 y con una economía más focalizada a la producción local que a los mercados internacionales, este tipo de protagonistas que trataban de ejercer el gobierno como manejaban sus empresas, cayeron en desuso. Esta raza comenzó a ver su extinción a manos de hombres que pertenecían a la rama más novedosa de la vieja política, que se autodenominaron “nueva política”.
En un contexto de país bastante distinto a aquel y bajo la acusación de estar siempre a contramano del país, Buenos Aires ha elevado a la función de Jefe de Gobierno a un empresario que cabe perfecto en el traje de aquellos hombres de los 90. Aunque ese traje venga cargado con falta de experiencia política, de gestión, y un nutrido número de asesores que guardan intereses poco claros. Y es en ese primer punto donde se notan las falencias más importantes de su novel gestión gubernamental.
La búsqueda de ajustar, ante el déficit entregado por Telerman, lo llevó a elevar los impuestos de ABL de manera arbitraria, de golpe y hasta en un 250% en algunos casos. La lógica empresarial de Macri y su grupo de asesores lo llevó a conseguir dinero a cambio de un incremento que no todos los ciudadanos pueden pagar. Esto se hizo apresuradamente en lugar de anunciar a largo plazo un aumento paulatino y chequeado casa por casa el revalúo. También denota un alto grado de inexperiencia el anuncio de darle prioridad de atención a los porteños en los Hospitales Públicos de Buenos Aires, ya que se sabe que el Gobierno Nacional destina partidas para abastecerlos porque no sólo atienden a bonaerenses, sino a personas de todo el país. El ex presidente de Boca quiere mostrarse del lado de los porteños a ultranza, pero casi ninguno de los habitantes de Buenos Aires está de acuerdo con esta política.
Con respecto a los golpes de efecto, hacer reuniones de gabinete en lugares públicos parece acto de ingenuidad porque, aunque tengan las puertas abiertas, nadie va a acercarse y presenciar las reuniones de gabinete un gobierno, más bien prefieren recibir el material procesado por los medios de comunicación. Poca repercusión tienen y poca repercusión tendrán, a menos que se encuentren en una situación crítica de gobierno; pero en esos casos no será posible que las hagan de esa manera. Los gestos de corte empresarial para generar empatía entre los empleados y la empresa no tienen demasiada semejanza si se llevan al plano gubernamental. Los ciudadanos están identificados con Buenos Aires, no así con algunos gobiernos.
Existe un punto en el que sí se puede encontrar semejanzas entre Mauricio Macri y quienes él mismo tilda como integrantes de “la vieja política”: a menos de tres semanas de su asunción ya rompió su primera promesa de campaña con el anuncio de no renovar 2000 contratos a personal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Consultado en campaña por este tema dijo que no iba a despedir a nadie que trabaje. Difícil es comprobar si las 2000 rescinciones fueron a empleados denominados ñoquis, pero el número es alarmante. La relación de este tipo de políticos empresarios con sus votantes encierran un doble proceso donde las fronteras entre ellos son poco claras. En lugar de un Jefe de Gobierno que guie las relaciones sociales de sus gobernados, dando equidad y coexistencia a las demandas de cada uno de ellos; se observa a un empresario que trata a sus votantes como clientes.
Cuando el Jefe de Gobierno porteño se apresura a dar respuestas a los reclamos, no da cuenta que los derechos de uno terminan cuando empiezan los del otro. Esta forma de tratar a los vecinos como clientes, mediante la realización de acciones rápidas y mediáticamente satisfactorias para dar golpes de efecto ante los reclamos sociales, encierra una desatención a los reclamos de fondo y los problemas de infraestructura. Esta falta de visión, con el tiempo, redundarán en todo tipo de falencias sociales y estructurales que pueden terminar en problemas sociales mucho peores. Las consecuencias de estos actos se ven muchos años después de la administración. Algo que las urgencias del Buenos Aires de hoy no pueden darse el lujo de pasar por alto.
Como en todo, la fascinación por estos perfiles mermó cuando la política volvió al centro de la escena, desplazando a la economía. En un contexto internacional distinto al de los 90 y con una economía más focalizada a la producción local que a los mercados internacionales, este tipo de protagonistas que trataban de ejercer el gobierno como manejaban sus empresas, cayeron en desuso. Esta raza comenzó a ver su extinción a manos de hombres que pertenecían a la rama más novedosa de la vieja política, que se autodenominaron “nueva política”.
En un contexto de país bastante distinto a aquel y bajo la acusación de estar siempre a contramano del país, Buenos Aires ha elevado a la función de Jefe de Gobierno a un empresario que cabe perfecto en el traje de aquellos hombres de los 90. Aunque ese traje venga cargado con falta de experiencia política, de gestión, y un nutrido número de asesores que guardan intereses poco claros. Y es en ese primer punto donde se notan las falencias más importantes de su novel gestión gubernamental.
La búsqueda de ajustar, ante el déficit entregado por Telerman, lo llevó a elevar los impuestos de ABL de manera arbitraria, de golpe y hasta en un 250% en algunos casos. La lógica empresarial de Macri y su grupo de asesores lo llevó a conseguir dinero a cambio de un incremento que no todos los ciudadanos pueden pagar. Esto se hizo apresuradamente en lugar de anunciar a largo plazo un aumento paulatino y chequeado casa por casa el revalúo. También denota un alto grado de inexperiencia el anuncio de darle prioridad de atención a los porteños en los Hospitales Públicos de Buenos Aires, ya que se sabe que el Gobierno Nacional destina partidas para abastecerlos porque no sólo atienden a bonaerenses, sino a personas de todo el país. El ex presidente de Boca quiere mostrarse del lado de los porteños a ultranza, pero casi ninguno de los habitantes de Buenos Aires está de acuerdo con esta política.
Con respecto a los golpes de efecto, hacer reuniones de gabinete en lugares públicos parece acto de ingenuidad porque, aunque tengan las puertas abiertas, nadie va a acercarse y presenciar las reuniones de gabinete un gobierno, más bien prefieren recibir el material procesado por los medios de comunicación. Poca repercusión tienen y poca repercusión tendrán, a menos que se encuentren en una situación crítica de gobierno; pero en esos casos no será posible que las hagan de esa manera. Los gestos de corte empresarial para generar empatía entre los empleados y la empresa no tienen demasiada semejanza si se llevan al plano gubernamental. Los ciudadanos están identificados con Buenos Aires, no así con algunos gobiernos.
Existe un punto en el que sí se puede encontrar semejanzas entre Mauricio Macri y quienes él mismo tilda como integrantes de “la vieja política”: a menos de tres semanas de su asunción ya rompió su primera promesa de campaña con el anuncio de no renovar 2000 contratos a personal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Consultado en campaña por este tema dijo que no iba a despedir a nadie que trabaje. Difícil es comprobar si las 2000 rescinciones fueron a empleados denominados ñoquis, pero el número es alarmante. La relación de este tipo de políticos empresarios con sus votantes encierran un doble proceso donde las fronteras entre ellos son poco claras. En lugar de un Jefe de Gobierno que guie las relaciones sociales de sus gobernados, dando equidad y coexistencia a las demandas de cada uno de ellos; se observa a un empresario que trata a sus votantes como clientes.
Cuando el Jefe de Gobierno porteño se apresura a dar respuestas a los reclamos, no da cuenta que los derechos de uno terminan cuando empiezan los del otro. Esta forma de tratar a los vecinos como clientes, mediante la realización de acciones rápidas y mediáticamente satisfactorias para dar golpes de efecto ante los reclamos sociales, encierra una desatención a los reclamos de fondo y los problemas de infraestructura. Esta falta de visión, con el tiempo, redundarán en todo tipo de falencias sociales y estructurales que pueden terminar en problemas sociales mucho peores. Las consecuencias de estos actos se ven muchos años después de la administración. Algo que las urgencias del Buenos Aires de hoy no pueden darse el lujo de pasar por alto.
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