Buenos Aires suele recibir las oleadas de calor intenso, que lo vienen atacando en los últimos años, con un dejo de resignación. Las temperaturas boreales atentan contra el porteño mejor dotado por la naturaleza para resistir la inefable mezcla de humedad y calor. Para que la cosa empeore, el afamado Microcentro porteño libera una sensación térmica entre 3 y 4 grados sobre la temperatura del día, por lo que llevar adelante la vida fuera del resguardo de los aire acondicionados es sencillamente imposible.
Pero un pequeño oasis se abre paso entre tanto gigante de cemento. Paradójicamente no es un lugar indómito de la ciudad, ni un paraje perdido entre el flujo de las avenidas y los pequeños callejones. No señores, es una de las calle más famosas de Buenos Aires, es la mismísima calle Florida. Pero ¿cómo? ¿Qué hace a este antiguo paseo porteño un oasis del penetrante calor veraniego? Bien, todo comenzó una tarde de verano cuando las más importantes tiendas que se erigen en la peatonal céntrica comenzaron a importar grandes aparatos de refrigeración, ayudados por la irrestricción de importaciones. De pronto, los gigantes aire acondicionados comenzaron a despedir más frío del necesario para cubrir los metros cúbicos de dichos centros comerciales. Y, de esa manera, corrientes de aire glaciaria invadieron porciones del histórico granito céntrico y los transeúntes comenzaron a beneficiarse por ella sin pisar una sola baldosa de los locales de ventas.
Desde Corrientes hasta Diagonal Norte, las tardes en que la temperatura trepa cómodamente los 35 grados, se puede observar una carrera de postas que nada tiene que envidiarle al sistema conductista de Watson de dolor-falta de dolor. Los protagonistas habituales de esa suerte de maratón mantienen un comportamiento uniforme, aceleran despavoridamente en zonas de calor intenso y regulan su paso hacia un andar cansino cuando la atmósfera refresca. Cual cobayos por un laberinto, los transeúntes buscan la falta de sudoración y un descanso para los ajetreados pulmones, ante la mirada atónita de la gran cantidad de extranjeros que vistan este shoping al aire libre.
Se podría trazar un circuito entre estas calles para mantenerse refrigerado. Son de la partida locales deportivos, tiendas de electrodomésticos, casa de ropa, librerías, tiendas de música y todo espacio protegido por el halo protector de las frigorías. De hecho, hasta los propios vendedores ambulantes o músicos de ocasión comienzaron a priorizar, en la elección los sitios donde instalarse, la corriente de aire frío al estado de las veredas o el flujo de transeúntes. Esto impone un obstáculo más al accidentado circuito, casi un raid de aventura.
Mientras tanto, se comienza a ver en los comercios de la peatonal Florida que el porcentaje de los compradores se vea rebasada por el de las personas que se refugian transitoriamente del calor. Una nueva herramienta del marketing nacional para atraer acalorados que tal vez consuman o compren algún producto de la casa. Los comerciantes de parabienes.
La ola de calor seguirá adornando el paisaje de Buenos Aires, y contar con estos oasis se vuelve una excelente alternativa para llegar en mejores condiciones al trabajo. Solo se le debe rezar a las empresas proveedoras de electricidad para que sigan brindando el suministro normal, o, si esto fallara, que los dueños de estos locales cuenten con un grupo electrógeno habilitado a esos menesteres. Y, ya que estamos, tratar de que las estaciones de servicios que nutren de gasoil a estos equipos, hagan caso al Gobierno nacional y retrotraigan sus precios a octubre del año pasado. Y si todo falla, es de recomendar el ingreso a los taxis que tengan el cartel de AIRE.
Pero un pequeño oasis se abre paso entre tanto gigante de cemento. Paradójicamente no es un lugar indómito de la ciudad, ni un paraje perdido entre el flujo de las avenidas y los pequeños callejones. No señores, es una de las calle más famosas de Buenos Aires, es la mismísima calle Florida. Pero ¿cómo? ¿Qué hace a este antiguo paseo porteño un oasis del penetrante calor veraniego? Bien, todo comenzó una tarde de verano cuando las más importantes tiendas que se erigen en la peatonal céntrica comenzaron a importar grandes aparatos de refrigeración, ayudados por la irrestricción de importaciones. De pronto, los gigantes aire acondicionados comenzaron a despedir más frío del necesario para cubrir los metros cúbicos de dichos centros comerciales. Y, de esa manera, corrientes de aire glaciaria invadieron porciones del histórico granito céntrico y los transeúntes comenzaron a beneficiarse por ella sin pisar una sola baldosa de los locales de ventas.
Desde Corrientes hasta Diagonal Norte, las tardes en que la temperatura trepa cómodamente los 35 grados, se puede observar una carrera de postas que nada tiene que envidiarle al sistema conductista de Watson de dolor-falta de dolor. Los protagonistas habituales de esa suerte de maratón mantienen un comportamiento uniforme, aceleran despavoridamente en zonas de calor intenso y regulan su paso hacia un andar cansino cuando la atmósfera refresca. Cual cobayos por un laberinto, los transeúntes buscan la falta de sudoración y un descanso para los ajetreados pulmones, ante la mirada atónita de la gran cantidad de extranjeros que vistan este shoping al aire libre.
Se podría trazar un circuito entre estas calles para mantenerse refrigerado. Son de la partida locales deportivos, tiendas de electrodomésticos, casa de ropa, librerías, tiendas de música y todo espacio protegido por el halo protector de las frigorías. De hecho, hasta los propios vendedores ambulantes o músicos de ocasión comienzaron a priorizar, en la elección los sitios donde instalarse, la corriente de aire frío al estado de las veredas o el flujo de transeúntes. Esto impone un obstáculo más al accidentado circuito, casi un raid de aventura.
Mientras tanto, se comienza a ver en los comercios de la peatonal Florida que el porcentaje de los compradores se vea rebasada por el de las personas que se refugian transitoriamente del calor. Una nueva herramienta del marketing nacional para atraer acalorados que tal vez consuman o compren algún producto de la casa. Los comerciantes de parabienes.
La ola de calor seguirá adornando el paisaje de Buenos Aires, y contar con estos oasis se vuelve una excelente alternativa para llegar en mejores condiciones al trabajo. Solo se le debe rezar a las empresas proveedoras de electricidad para que sigan brindando el suministro normal, o, si esto fallara, que los dueños de estos locales cuenten con un grupo electrógeno habilitado a esos menesteres. Y, ya que estamos, tratar de que las estaciones de servicios que nutren de gasoil a estos equipos, hagan caso al Gobierno nacional y retrotraigan sus precios a octubre del año pasado. Y si todo falla, es de recomendar el ingreso a los taxis que tengan el cartel de AIRE.
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