Muchos intelectuales han definido a la Argentina como un país de sistema político personalista. La figura del líder y su doctrina han sido veneradas desde los albores de la Nación. El caudillismo es el primer emergente de este fenómeno, cuando algunos patrones de estancia ganaban la admiración de la peonada y se erigían como grandes jefes militares y representantes de la causa de sus regiones. Tras el advenimiento de la política partidaria, los ideales y los grandes partidos políticos estuvieron siempre supeditados a una figura principal y solo algunos elegidos pudieron sobrevivir al líder. Aunque con su voz y su mirada permanentemente presentes.
El primer caso se remonta a la última década del siglo XIX, tras la revolución del Parque (hoy Plaza Lavalle) nacía la Unión Cívica Radical bajo las ideas de Leandro N. Alem. Si bien la vida del fundador se vio truncada por un suicidio, fue su sobrino quien tomaría la posta y se convertiría en la figura más fuerte del partido. Hipólito Irigoyen fue más que el primer presidente elegido por el voto secreto y obligatorio, sus partidarios lo han llevado como bandera de honestidad, respeto de las instituciones y total rectitud. Sin pensarlo, el carácter de este caudillo democrático moldeó las estructuras y las formas de hacer política en el futuro para el radicalismo.
Un caso peculiar en Argentina es el protagonizado por el internacional Partido Socialista. De la misma manera que sus antecesores de boina blanca, su influencia en la política nacional se desarrolló bajo la órbita de las carreras legislativas de Juan B. Justo y Alfredo Palacios. De esta manera, el ocaso de sus figuras llevaron al partido nuevamente a ostracismo. Incluso, su trayectoria e ideales nunca terminó de coincidir con sus homónimos de países limítrofes, sino más bien con estos respetados parlamentarios.
Sin embargo, y como paradigma del partido personalista por excelencia, el Partido Justicialista fue el que pudo generar la mayor y más duradera mística en torno a su líder y fundador, Juan Domingo Perón. Tal vez sea por personalidad, por aglutinamiento de ideologías o por basar su movimiento político en varias patas (los trabajadores, los sindicatos, los políticos de distintas ramas y los jóvenes) su partido ha resistido el desgaste de los años y se ha sabido relanzar para ser mayoría hasta nuestros días.
El fenómeno caudillístico argentino no remite mayores análisis, con la lejanía corpórea del líder, su figura se agranda y sus méritos se adornan cada vez más, rozando lo mítico. Pero todos los partidos tienen distintas corrientes internas, y el tema comienza a complicarse cuando dos personas en las antípodas ideológicas levantan el estandarte de un mismo líder y se dicen acreedores de su herencia política. En el caso de la UCR, las consignas dictadas por Alem e instauradas por Irigoyen de “que se rompa, pero que no se doble” sufrió demasiadas curvas en la presidencia de De la Rúa, quien demostró ser uno de los peores alumnos del viejo “peludo”. O el ahora vicepresidente Cobos, que en un principio buscó el quiebre, pero ahora busca enmendar las relaciones con el radicalismo y generar la renovación tan temida por los dirigentes históricos. Los socialistas perdidos en las alianzas y la falta de identidad del partido desde hace casi medio siglo, no cuentan con una figura que siquiera marque el camino de Palacios y Justo; mientras siguen naufragando la política argentina.
El peronismo merece un párrafo aparte, porque le adicionan al planteo una nueva figura: algunos sectores discutibles del partido dicen que si Perón viviera habría modernizado su pensamiento y estaría tomando medidas neoliberales como las de ellos. Este ingreso al terreno de lo hipotético abre un abanico de posibilidades, al adjudicar medidas contrarias a una doctrina partidaria a la modernidad y a un posible aggiornamiento del líder. Pero esto no es nuevo en el justicialismo, la juventud de los ’70 le daba color a la consigna de “si Evita viviera, sería montonera”. Por lo tanto, es hoy muy difícil saber quién sigue o quien no sigue la doctrina del General Perón.
Ingresar en esta falacia de lo que haría el líder justicialista en el universo de hoy no es productivo ni para el partido ni para la ciudadanía. Desde el fallecimiento de Juan Perón el mundo sufrió muchos cambios, desde la caída de la bipolaridad capitalismo-comunismo, los cambios tecnológicos y la irrupción de la computadora e internet, la globalización económica y un sangriento período dictatorial en toda la región latinoamericana que dejó hondas huellas. En este contexto, nadie puede jactarse de entender cómo procedería el creador del partido, más bien poder trazar algunas doctrinas o debatir de manera interna cómo seguir operando a futuro de manera consensuada. De este modo sería posible construir, y no caer en las chicanas lingüísticas que tanta división generaron.
El primer caso se remonta a la última década del siglo XIX, tras la revolución del Parque (hoy Plaza Lavalle) nacía la Unión Cívica Radical bajo las ideas de Leandro N. Alem. Si bien la vida del fundador se vio truncada por un suicidio, fue su sobrino quien tomaría la posta y se convertiría en la figura más fuerte del partido. Hipólito Irigoyen fue más que el primer presidente elegido por el voto secreto y obligatorio, sus partidarios lo han llevado como bandera de honestidad, respeto de las instituciones y total rectitud. Sin pensarlo, el carácter de este caudillo democrático moldeó las estructuras y las formas de hacer política en el futuro para el radicalismo.
Un caso peculiar en Argentina es el protagonizado por el internacional Partido Socialista. De la misma manera que sus antecesores de boina blanca, su influencia en la política nacional se desarrolló bajo la órbita de las carreras legislativas de Juan B. Justo y Alfredo Palacios. De esta manera, el ocaso de sus figuras llevaron al partido nuevamente a ostracismo. Incluso, su trayectoria e ideales nunca terminó de coincidir con sus homónimos de países limítrofes, sino más bien con estos respetados parlamentarios.
Sin embargo, y como paradigma del partido personalista por excelencia, el Partido Justicialista fue el que pudo generar la mayor y más duradera mística en torno a su líder y fundador, Juan Domingo Perón. Tal vez sea por personalidad, por aglutinamiento de ideologías o por basar su movimiento político en varias patas (los trabajadores, los sindicatos, los políticos de distintas ramas y los jóvenes) su partido ha resistido el desgaste de los años y se ha sabido relanzar para ser mayoría hasta nuestros días.
El fenómeno caudillístico argentino no remite mayores análisis, con la lejanía corpórea del líder, su figura se agranda y sus méritos se adornan cada vez más, rozando lo mítico. Pero todos los partidos tienen distintas corrientes internas, y el tema comienza a complicarse cuando dos personas en las antípodas ideológicas levantan el estandarte de un mismo líder y se dicen acreedores de su herencia política. En el caso de la UCR, las consignas dictadas por Alem e instauradas por Irigoyen de “que se rompa, pero que no se doble” sufrió demasiadas curvas en la presidencia de De la Rúa, quien demostró ser uno de los peores alumnos del viejo “peludo”. O el ahora vicepresidente Cobos, que en un principio buscó el quiebre, pero ahora busca enmendar las relaciones con el radicalismo y generar la renovación tan temida por los dirigentes históricos. Los socialistas perdidos en las alianzas y la falta de identidad del partido desde hace casi medio siglo, no cuentan con una figura que siquiera marque el camino de Palacios y Justo; mientras siguen naufragando la política argentina.
El peronismo merece un párrafo aparte, porque le adicionan al planteo una nueva figura: algunos sectores discutibles del partido dicen que si Perón viviera habría modernizado su pensamiento y estaría tomando medidas neoliberales como las de ellos. Este ingreso al terreno de lo hipotético abre un abanico de posibilidades, al adjudicar medidas contrarias a una doctrina partidaria a la modernidad y a un posible aggiornamiento del líder. Pero esto no es nuevo en el justicialismo, la juventud de los ’70 le daba color a la consigna de “si Evita viviera, sería montonera”. Por lo tanto, es hoy muy difícil saber quién sigue o quien no sigue la doctrina del General Perón.
Ingresar en esta falacia de lo que haría el líder justicialista en el universo de hoy no es productivo ni para el partido ni para la ciudadanía. Desde el fallecimiento de Juan Perón el mundo sufrió muchos cambios, desde la caída de la bipolaridad capitalismo-comunismo, los cambios tecnológicos y la irrupción de la computadora e internet, la globalización económica y un sangriento período dictatorial en toda la región latinoamericana que dejó hondas huellas. En este contexto, nadie puede jactarse de entender cómo procedería el creador del partido, más bien poder trazar algunas doctrinas o debatir de manera interna cómo seguir operando a futuro de manera consensuada. De este modo sería posible construir, y no caer en las chicanas lingüísticas que tanta división generaron.
1 comentario:
Estamos parcialmente de acuerdo. De todas maneras me cuesta imaginar un Peron regalando empresas del estado como el riojano nefasto. La marginación de los 90 no hubieran ido muy bien con las ideas justicialistas de ninguna época.
Excelente el blog
Publicar un comentario