La coyuntura nacional se abalanza sobre los argentinos y pocas veces nos deja mirar al costado o tomarnos un instante para ver lo que realmente pasa a nuestro alrededor. La negociación con los sectores del campo, la ley de radiodifusión, la inflación y los índices del INDEC parecen difuminarse cuando algún suceso le cala hondo a uno en el interior de su ser. Tal vez sea la llegada de una verdadera noticia. O simplemente un fuerte impacto que el pasado refuerza con una historia en común.
Eso debe haber sentido aquel joven periodista que caminaba por su barrio y se enteró de algo que los medios no decían. Los afiches callejeros transportaban la noticia que no habría querido nunca leer, pero allí estaba y lo llenaba de congoja. Aquella empresa donde había trabajado su padre, aquella fábrica que fue recuperada por sus trabajadores y que, a manera de una epopeya homérica, funcionaba, producía y sostenía la dignidad del trabajo, estaba a punto de perecer. Las palabras quiebra, trabajadores detenidos, lucha y no al cierre, quedaron impregnadas en su retina y no atinaban a borrarse.
Ningún medio hacía mención de ello, ni los que llegaron a llenar alguna página estudiando el otrora fenómeno del cooperativismo, ni los que se mostraron en contra del proceso. Pero algo trastocó la agenda de noticias que mantenía en su mente el periodista y no pudo contener el impulso de acercarse, una vez más, a la empresa que fue parte de su vida en dos etapas bien distintas. De la fábrica y de su vida.
El vacío que encontró en la calles de esa noche de otoño no dejaron de proyectarle recuerdos, los de aquella infancia añorada y la de aquel trabajo documental que supo realizar cuando la recuperación industrial argentina estaba a la orden del día, en 2003. Tan cerca y tan lejos de la realidad de hoy.
Entre recuerdos gratos y momentos de tensión, el portón cerrado del viejo edificio que nació casi junto al siglo pasado ponía una traba a las preguntas. El sonido desde adentro se asemejaba al de varios tambores. Al abrirse la puerta, los bombos legüeros inundaron la calle y un hombre que hacía las veces de portero, lo anotició de las tristes novedades. La empresa IMPA había sufrido un pedido de quiebra por parte de un prestamista privado y una financiera, que reclamaban su cuota sin lugar para la renegociación o reprogramación de la deuda. Con la parte fabril corrían riesgo de cierre definitivo el Centro Cultural, una sala barrial de Salud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (o por lo menos del viejo gobierno) y un Bachillerato con orientación artística.
Los medios no tomaron en cuenta tampoco que el Gobierno porteño hizo caso omiso a los pedidos que se hicieron para rescatar el predio, ni que podían quedar en condición de calle más de 90 familias que dependían del funcionamiento de IMPA. Sin contar los puestos de trabajo culturales, docentes y profesionales médicos que también quedaban cesantes. Es claro que esta cultura invisible a los grandes canales masivos de comunicación, no es de la incumbencia de Macri y sus atildados funcionarios. Tal vez tampoco, pensó el joven hombre de la prensa, importa incursionar en la salud popular si bastaba con cerrar esa sala de primeros auxilios que tan buen trabajo realizaba en el barrio. Atendiendo a porteños, nadie llegaba allí de otras partes del país.
El ejercicio que se le presentó al periodista fue ¿cómo lograr insertar este tema tan poco importante en apariencia, en la coyuntura nacional?¿por qué esta empresa debería recibir algún tipo de ayuda dentro de todas las que existen en la ciudad? Y se imaginó dos respuestas, una económica y otra social. El trabajo realizado con las puertas abiertas hacia los vecinos habla por sí sola de una tarea destinada a la comunidad. Tanto como ser refugio de artista y formador de nuevos empleos en ese rubro. Por el otro lado, al periodista joven se le venía a la cabeza un Gobierno Nacional ofreciendo créditos blandos para pequeños productores del campo mediante el Banco Nación. En este caso la industria, y de esta alguna vez importante empresa transformada en PyME por sus trabajadores, presenta las mismas condiciones para que el Estado la tome como socia en el crecimiento fabril argentino. Para enmendar así, de alguna manera, lo que su par de Buenos Aires no considera viable para invertir los impuestos de los ciudadanos.
En resumidas cuentas, Trabajo, Salud, Cultura y Educación son los pilares de una sociedad desarrollada y sustentable a futuro. Esos son los preceptos que sostiene esta fábrica/centro cultural. En épocas de negociación por mayores o menores ganancias, observar otras partes de la economía no tan favorecidas sonaría a deber del Estado. Más en este caso, si viene acompañada con semejante función social.
Eso debe haber sentido aquel joven periodista que caminaba por su barrio y se enteró de algo que los medios no decían. Los afiches callejeros transportaban la noticia que no habría querido nunca leer, pero allí estaba y lo llenaba de congoja. Aquella empresa donde había trabajado su padre, aquella fábrica que fue recuperada por sus trabajadores y que, a manera de una epopeya homérica, funcionaba, producía y sostenía la dignidad del trabajo, estaba a punto de perecer. Las palabras quiebra, trabajadores detenidos, lucha y no al cierre, quedaron impregnadas en su retina y no atinaban a borrarse.
Ningún medio hacía mención de ello, ni los que llegaron a llenar alguna página estudiando el otrora fenómeno del cooperativismo, ni los que se mostraron en contra del proceso. Pero algo trastocó la agenda de noticias que mantenía en su mente el periodista y no pudo contener el impulso de acercarse, una vez más, a la empresa que fue parte de su vida en dos etapas bien distintas. De la fábrica y de su vida.
El vacío que encontró en la calles de esa noche de otoño no dejaron de proyectarle recuerdos, los de aquella infancia añorada y la de aquel trabajo documental que supo realizar cuando la recuperación industrial argentina estaba a la orden del día, en 2003. Tan cerca y tan lejos de la realidad de hoy.
Entre recuerdos gratos y momentos de tensión, el portón cerrado del viejo edificio que nació casi junto al siglo pasado ponía una traba a las preguntas. El sonido desde adentro se asemejaba al de varios tambores. Al abrirse la puerta, los bombos legüeros inundaron la calle y un hombre que hacía las veces de portero, lo anotició de las tristes novedades. La empresa IMPA había sufrido un pedido de quiebra por parte de un prestamista privado y una financiera, que reclamaban su cuota sin lugar para la renegociación o reprogramación de la deuda. Con la parte fabril corrían riesgo de cierre definitivo el Centro Cultural, una sala barrial de Salud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (o por lo menos del viejo gobierno) y un Bachillerato con orientación artística.
Los medios no tomaron en cuenta tampoco que el Gobierno porteño hizo caso omiso a los pedidos que se hicieron para rescatar el predio, ni que podían quedar en condición de calle más de 90 familias que dependían del funcionamiento de IMPA. Sin contar los puestos de trabajo culturales, docentes y profesionales médicos que también quedaban cesantes. Es claro que esta cultura invisible a los grandes canales masivos de comunicación, no es de la incumbencia de Macri y sus atildados funcionarios. Tal vez tampoco, pensó el joven hombre de la prensa, importa incursionar en la salud popular si bastaba con cerrar esa sala de primeros auxilios que tan buen trabajo realizaba en el barrio. Atendiendo a porteños, nadie llegaba allí de otras partes del país.
El ejercicio que se le presentó al periodista fue ¿cómo lograr insertar este tema tan poco importante en apariencia, en la coyuntura nacional?¿por qué esta empresa debería recibir algún tipo de ayuda dentro de todas las que existen en la ciudad? Y se imaginó dos respuestas, una económica y otra social. El trabajo realizado con las puertas abiertas hacia los vecinos habla por sí sola de una tarea destinada a la comunidad. Tanto como ser refugio de artista y formador de nuevos empleos en ese rubro. Por el otro lado, al periodista joven se le venía a la cabeza un Gobierno Nacional ofreciendo créditos blandos para pequeños productores del campo mediante el Banco Nación. En este caso la industria, y de esta alguna vez importante empresa transformada en PyME por sus trabajadores, presenta las mismas condiciones para que el Estado la tome como socia en el crecimiento fabril argentino. Para enmendar así, de alguna manera, lo que su par de Buenos Aires no considera viable para invertir los impuestos de los ciudadanos.
En resumidas cuentas, Trabajo, Salud, Cultura y Educación son los pilares de una sociedad desarrollada y sustentable a futuro. Esos son los preceptos que sostiene esta fábrica/centro cultural. En épocas de negociación por mayores o menores ganancias, observar otras partes de la economía no tan favorecidas sonaría a deber del Estado. Más en este caso, si viene acompañada con semejante función social.
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