La memoria tiene recovecos donde se almacenan recuerdos que uno cree olvidados y cuando menos lo espera vuelven con asombrosa lucidez y tangibilidad. Eso ocurre cada vez que participo en un acto eleccionario, me invaden una catarata de imágenes que pueden contar cada etapa de la vida de una persona y de un país.
La primera escena se produjo en 1983 con la vuelta de la democracia. Fue la mañana del 30 de Octubre cuando de la mano de mi papá y mi abuelo concurrí a esa cosa rara que los grandes llamaban elecciones. Fue justo allí donde entré por primera vez a un cuarto oscuro, con 7 años, y pude ver a mi padre hacer esa extraña maniobra de poner una boleta en un sobre y depositarlo en un cajón de madera. Recuerdo mi asombro por ver un aula muy parecida a la mía en primer grado, con las ventanas tapadas por papel de diario para que nadie viera desde afuera. Reconozco en ese lugar el primer acto de mi vida política. Sin saberlo, mi viejo dio el puntapié inicial que despertó mi interés por esta actividad, que tiempo después abrazó al periodismo y formaron al que hoy escribe. El día soleado de ese domingo auguraba la etapa de luz luego de tantos años de sombra. Luego del triunfo de Alfonsín, tomé al nuevo presidente como una especie de superhéroe que nos protegía de todo. El tiempo fue cambiando mi forma de ver las cosas, tanto por madurez como por las circunstancias.
El año 1995 dio comienzo a una nueva etapa de mi vida, luego de varios años de interés político y ya enarbolando una bandera partidaria, me llegó la hora de votar por primera vez. Volví a desandar el camino desde mi casa hacia la misma escuela, sólo que el recuerdo del niño colisionó con la visión del joven; todo me pareció mucho más pequeño que en mis recuerdos. Volví a llegar con mi papá, pero esta vez entramos al mismo cuarto oscuro de 12 años atrás en forma alternada y de a uno. Realmente no fue tan especial como lo había idealizado tiempo atrás. Ese 15 de mayo las nubes cubrieron el cielo de la ciudad, para mí esos nubarrones representarían los tiempos difíciles de la segunda presidencia de Menem, donde la industria nacional entró en su fase terminal.
El último recuerdo que me marcó a fuego en una elección ocurrió el 14 de Septiembre de 2003, en la segunda vuelta de las elecciones para Jefe de Gobierno porteño entre Aníbal Ibarra y Mauricio Macri. Tres días antes del ballotage fui citado para ser autoridad de mesa. Más allá de estar movido por la curiosidad del periodista, no le di la real dimensión a la tarea que me habían encomendado hasta que tuve en mis manos la libreta de enrolamiento de mi viejo y le observé su cara mezclando orgullo y emoción. Al firmar ese documento y entregárselo pasó por mi mente aquel primer voto de democracia y todo lo que aquel pequeño acto hizo por mí. En ese momento comprendí que esa firma tenía un significado diferente a todas las demás que yo había puesto ese día, y que él había recibido en su vida.
El domingo 28 de Octubre de 2007 será la primera elección sin mi papá, seré el único en un padrón lleno de desconocidos con el mismo apellido. Seguramente pensaré, cuando ingrese al cuarto oscuro, lo importante que fue para mi formación ciudadana ese gesto que hace 24 años tuvo mi padre, simplemente al hacerme pasar por una puerta, de un recinto a otro. Esa puerta que abrió en mí un campo, una vocación y una forma de vida. Algo que en tiempos de tanto descrédito político no sería tan descabellado poner en práctica para obtener una sociedad política mejor, sin tabúes y sin mentiras. El verdadero trabajo está en los chicos y todos debemos ser responsables del cambio.
sábado, 10 de mayo de 2008
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