"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

miércoles, 28 de julio de 2010

La falacia de la nueva política


Cuando el recuerdo fresco de los acontecimientos del 20 y 21 de diciembre arreciaba todavía la memoria de cada uno de los argentinos, muchos hombres comenzaban a asomar sus caras al fuero de lo político bajo un lema que hoy ya suena vetusto: La nueva política.
A la vieja imagen del hombre fuerte que había desarrollado toda su formación política dentro de la militancia de alguno de los partidos políticos, en ese momento caídos en desgracia, se le opuso un nuevo modelo de representante del pueblo venido de las altas cumbres empresariales, hombres exitosos que llegaban a la política con un modelo que en todo momento se integraban de la palabra eficiencia. Con modales fuera de lo común en los escenarios vernáculos, carisma, sonrisas y bastante desparpajo a la hora de hablar de un proyecto a presentar. De política, poco y nada. La imagen reinaba por sobre todas las cosas a la hora de ejercer el acto del sufragio.
Pero como en todos los casos existen viejos refranes que lo explican todo: “Cuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad”. Y en el momento de mostrar en cargos ejecutivos o legislativos toda la honestidad, los proyectos y la eficiencia que traían de sus exitosísimas empresas, se encontraron con sus miserias y su falta de preparación para la función pública. El Estado no es una empresa, maneja otras posturas ideológicas, no todo lo que se emprende está destinado a dar ganancias y no todas las inversiones deben dar algún tipo de rédito monetario. De hecho todo lo contrario, la existencia de la obligación de la contención social, la facultad de tener que mediar entre la propiedad privada y la propiedad común, la necesidad de brindar de manera solidaria salud y educación a cualquier persona que se encuentre en su distrito, sea de donde sea, son responsabilidades inherentes al Estado.
También la participación de esta nueva generación de empresarios-políticos en el Poder Legislativo ha mostrado una nueva forma de hacer política. Desde los albores de la República quien tenía el honor de ser electo para integrar las filas del Congreso Nacional era portador de la obligación de presenciar y votar las sesiones de las leyes en el recinto como representante de quienes los habían votado. Aunque suene casi una definición para un niño de 6 años, ejercer la función de diputado o senador desde los medios y tener menos de un 30% de asistencia al recinto no es precisamente ser el portador de la representación de un grupo de votantes.
La capacidad de tener mucho poder concentrado en una empresa también puede hacer nublar la mente desde la función pública. Por un lado se debe tener en cuenta que un político brinda un servicio a la sociedad y no se sirve de ella. Y por el otro, un nuevo refrán (hoy estamos refraneros) dice: “Un hombre poderoso se asemeja al hombre que mira desde el pico de la montaña más alta: desde la altura ve a los hombres que están abajo muy pequeños, y los de abajo lo ven muy pequeño a él”. Creer que quien detenta el poder (ocasional porque el duradero lo tiene el pueblo) puede realizar cualquier tipo de maniobra sin rendirle cuentas a nadie es una visión un tanto autista y responde más a un niño caprichoso que quiere un juguete que a un representante del pueblo.
Lo que finalmente trajo el 2001 fue una renovación de algunas maneras y formas de detentar el poder y la representatividad. La participación popular comenzó a ser saludablemente más activa y los políticos tuvieron que enfrentarse a esa particular conducta que se llama “rendir cuentas de sus acciones”. Como todo emergente de la conducta social también tuvo sus desviaciones como el caso de los nuevos empresarios que se llamaron representantes de la nueva política. Ellos, criados en el autismo social de los `90, también deberán hacerlo. Aunque uno siempre puede preguntarse qué hubiera pasado con estos hombres en el poder 20 años atrás.

lunes, 19 de julio de 2010

Leyes, usos y costumbres


La ley del matrimonio igualitario ya es una realidad. Mucha agua pudo correr bajo el puente de palabras tan fundamentales para la sociedad argentina como familia, matrimonio, amor y tolerancia. También hemos asistido a un sinnúmero de actores sociales que no tienen mucho que ver con una discusión sobre la igualación de derechos de habitantes de una nación más allá de su elección sexual. Iglesia, entidades de protección de la familia u otros representantes que dicen proteger los intereses infantiles, no parecen tener directa relación con el tema que se trató. Pero como todo tiene siempre que ver con todo y el periodismo es en alguna forma servicio, pero han hecho cargo a la sociedad de muchos, demasiados, juicios de valor que al parecer pueden tener sentido aunque no sea así en lo absoluto.
Una de los primeros grandes miedos que a priori dicen tener algunos de los discutibles líderes de opinión que pulularon por los medios en los últimos días implica que la familia va a dejar de serlo influidos por esa especie de plaga como denominan a la homosexualidad. Bien, este tema trae muchas aristas en su viaje de los miedos injustificados hacia la realidad. En primer término, se está hablando de un estadío a futuro que no es tal ya que muchas familias constituidas con dos padres o dos madres ya existen y estaban acéfalas de legislación en el caso de quien tuviera la patria potestad del menor, el otro padre o madre no tendría ningún derecho legal sobre el niño que, legislación hasta el miércoles mediante, debería ir a un instituto de menores y esperar una nueva adopción. Es decir que la ley de matrimonio igualitario vino a mejorar un vacío legal.
Otro de los miedos implementados versa alrededor de posibles desviaciones sexuales de los menores hijos de un matrimonio integrados por personas del mismo sexo. Aunque no hay demasiados estudios realizados (por qué debería de haberlos) muestran que las únicas diferencias entre niños criados por parejas heterosexuales y homosexuales se da a favor de los segundos por su mejor relación con niños más pequeños que ellos. Y si se tiene en cuenta que todos los hombres y mujeres que sienten atracción por personas del mismo sexo se han criado en su casi totalidad en familias de personas heterosexuales, no se puede pretender que haya un mayor porcentaje de hijos inclinados hacia la homosexualidad por tener padres o madres de esa condición. Que quede claro, la homosexualidad es una inclinación natural y de sentimientos hacia personas del mismo sexo, es decir que se siente y no es posible ser educado para ello. Muchos padres de hijos gays que no les gusta que sus hijos sientan eso, lo pueden atestiguar.
Hay, también, miedos con los que se intentó convencer a la población de no apoyar esta nueva ley y tienen que ver con la vida y la participación de los chicos en la sociedad. En primer lugar, y aunque cualquier padre quiera evitarlo, la crueldad de los chicos cuando interactúan en la escuela, club, barrio u otro escenario es inevitable y es también parte del aprendizaje social de todos. Ahora, cuál es la mejor forma de que esos chicos dejen de sufrir discriminación por pertenecer a un grupo social minoritario es simplemente eso, sentar las normas desde el Estado para que estas situaciones sean cada día más comunes y la sociedad crezca en educación y tolerancia de la mano de las Instituciones. Que quede claro, si algún niño discrimina es problema suyo y de su familia, no del discriminado.
Y por último, la iglesia, que llamó a una guerra de Dios contra una ley que permite algo que para ellos es antinatural, aunque nadie los obligue a casar por iglesia a personas del mismo sexo, sino que solo aplica al Código Civil que se separó de la Iglesia hace ya 130 años. Tan luego una Iglesia de la cual el propio Papa habló hace pocos meses del grave problema que tiene con los sacerdotes pedófilos. La pedofilia aplica tanto, al parecer, a curas, padres y madres heterosexuales como homosexuales; es decir que si alguien es perverso o pedófilo, no tiene que ver con su orientación sexual sino con una enfermedad. Los enfermos son ellos.
La banda de rock más revolucionaria del mundo cantó haya por finales de los ’60: “Todo lo que necesitas es amor”. Y de eso se trata, de proteger y bañar con la protectora vara del derecho y la ley cualquiera de las manifestaciones de ese amor. Estar o no de acuerdo no es el problema, sino darse cuenta que existe el otro, ponerse en su lugar y tratar de comprenderlo, no prejuzgarlo, discriminarlo o estereotiparlo. Y de esa manera convertir una ley en un uso y costumbre que ayudará a madurar a nuestra sociedad.