"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

viernes, 7 de agosto de 2009

El medio es el mensaje


En las colonias de La Forestal, los dueños de la empresa que buscaba el tanino de los quebrachos para tratar el cuero, solían pagar a los hacheros con bonos internos (o monedas que decían por lo que podía canjearse) que solo se podían cambiar en el almacén de ramos generales que estaba dentro de la propia colonia. El problema siempre se suscitaba cuando los peones iban en busca de sus alimentos a dicho establecimiento y se encontraban con los precios que el patrón cambiaba a su antojo. Como no podían comprar en otro lado, resignados, tomaban sus productos a los precios usurarios que imponían los dueños. El precio y contenido de la mercadería, era manipulada por quienes poseían el monopolio de las remuneraciones y el de la comercialización de productos de subsistencia.
Con el advenimiento de la justicia social y los derechos laborales, de manera civilizada o no, situaciones como esta tendieron a desaparecer. Mientras que aquellos patrones que se enriquecían de manera obscena gracias a la necesidad de quienes trabajaban en sus colonias, rumearon su bronca a los gobiernos de turno, acusándolos de inmorales, autoritarios y represores, mientras tejían fábulas como la que tildaban a las nuevas conquistas sociales existía “un dictadura o venganza de los trabajadores hacia sus patrones”.
Los tiempos cambiaron y las disputas políticas fueron hacia nuevos horizontes, pero los intereses siempre funcionaron de la misma manera y se movieron por los mismos lugares. Las estrategias económicas se refinaron y las formas de proceder o de ofrecerles los productos a los consumidores para obtener ganancias, se fusionaron con la modernidad y se hicieron mucho más indirectas. La irrupción de los medios masivos de comunicación en los hogares de las personas y la hipermediatización que sufrió la vida cotidiana de los argentinos en los últimas dos décadas, provocaron que ciertos vicios del mercado llegaran a los medios de comunicación y dejaran para otra ocasión la libertad de prensa y la independencia del periodismo. La información comenzó a convertirse en un bien de cambio con valor de mercado y su coyuntura tuvo que adecuarse a los vaivenes de este.
Con la mercantilización de la información y la apertura del mercado de pases de los medios, también se observó que con la adquisición de un medio se podía obtener una influencia superlativa en los espectadores/lectores que podría torcer la tendencia del pensamiento hacia un lugar determinado. Influir, aprobar, denostar o darle brillo a un personaje de la política, parecía algo sencillo para cualquier medio de comunicación de llegada media. Así, los mass media y la política se volvieron a encontrar como en tantas etapas de la historia, para realizar juntos una tarea que le conviniera a los dos, mientras se escudaban en la gran falacia del medio independiente.
Lejos de mostrar con la mayor objetividad posible lo que (según dicen) ocurre en el país, el truco está en mostrar una realidad cargada de ideología y de intereses de la minoría que maneja el medio para imponer esa visión como lo real. En lugar de fomentar el pensamiento del receptor desde la muestra de un hecho (aunque no sea del todo pura, ya que siempre tiene alguna visión de quien lo cuenta) se le sirve todo en bandeja, ya analizado, masticado y casi digerido para que el consumo se produzca rápido y en los términos deseados por el emisor.
Pero vuelve a aparecer un tiempo de quiebre, un relentado cambio del estado de las cosas propuesto. Alguien propone rever la situación de los medios de comunicación y promover una nueva ley que impulse la pluralidad de los medios y que nadie se acerque al monopolio al que marchaban aceleradamente. Entonces se desata la batalla y los que no quieren que nada cambie se encuentran mejor preparados.
Se muestra un mundo particular y parcializado del que nadie desea salir. Son muchos los que desconfían, los que creen que se está exagerando el encono contra el gobierno de turno, o que a las figuras folklóricas de la televisión se les está yendo la mano. Pero se especula con el miedo al afuera, el miedo al quedar apartado de la sociedad que se habita por informarse de otra manera; se especula con el terror a ser diferente y quedar segregado. Es por eso que logran un consumo sin objeciones, demonizando todo lo que venga por fuera de ese mundo armado.
Es la diferencia entre verdad y verosimilitud, lograr que todos crean como verdadero algo que no es real pero lo parece. Algo que se perfila como más cómodo que intentar hacer un cambio que pueda llevar a la ruina el negocio. El ejercicio que llevan a cabo es tratar de pretender que no hay otra forma de ver las cosas, como los trabajadores de La Forestal, que trataban de pensar que el mundo de afuera era mucho peor a la explotación en la que vivían.

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