"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

lunes, 17 de agosto de 2009

La realidad y el paso del tiempo



¿Qué significa la frase para siempre? ¿En qué parte de la eternidad se ubica uno para decir vocablos de ese tipo? ¿Cuánto dura en la sociedad ultra veloz de hoy tamaña afirmación? Este epitafio de claro corte filosófico no corresponde a ningún tratado sobre la sociedad sino al universo de las acciones políticas en la Argentina y sus conexiones con la realidad y con el paso del tiempo. Menuda empresa que se tratará de desarrollar en las próximas líneas.
La característica principal (o tal vez sea el principal defecto) se desarrolla con la asunción de un nuevo gobierno. A la nueva administración, lejos de ofrecerle el apoyo suficiente y la claridad para desarrollar la flamante voluntad del pueblo, se lo acusa automáticamente de los problemas que el país viene arrastrando de años. Casi como un mecanismo de defensa, el flamante gobierno (salvo honrosas excepciones) planta sus banderas hacia los vientos que vociferan la pesada herencia recibida y los cambios a realizar. Pero justamente esos cambios caen bajo la acusación de la oposición de turno que les multiplica los adjetivos, desde las incipientes medidas tildadas de revanchistas con el régimen anterior, hasta las que son denominadas presas del oportunismo partidario del momento o de las propias ambiciones de quienes han accedido al ejecutivo. Nadie opone a sus dichos una visión de largo plazo o la idea de que en algún momento ellos deberán continuar con el proyecto que se va gestando.
Cuando la atención se desvía al Congreso Nacional, la cosa comienza a complejizarse. Las dos cámaras suelen ser testigos de peleas y tergiversaciones de la realidad. El podio lo ocupa aquella actividad casi futbolística que hace que la sanción de las leyes entre el oficialismo y la oposición se parezca cada vez más a una disputa entre River y Boca. Sólo se busca ganar a cualquier precio y dejando a la oposición lo más abajo posible en los votos, aunque la realidad indique que la mejor forma de votar una ley es mediante el consenso de los representantes elegidos por el pueblo.
Por otro lado, se observa que las leyes sancionadas por el Parlamento tienen un dejo de circunstanciales, desde el punto de vista de una oposición que acusa la derrota y tilda toda ley de inconstitucional o fuera de los valores de la República. Sobrevuela sobre estas sanciones el fantasma de estar viciadas y se presentan como leyes que morirán con el gobierno de turno, cuando en realidad son la emanación de la voluntad popular representada indirectamente por los legisladores y esas leyes tendrán tanta legitimidad en el momento de su sanción como cuando el gobierno que la impulsó ya no sea parte de la administración. En este caso se vuelve a trastocar el tiempo de vida útil de estas normas y su trascendencia legal en el tiempo.
El punto que subyace todo esto se instala en la falta de una proyección nacional y consensuada a largo plazo entre todos los integrantes de la política. Tal vez sea falta de maduración democrática o poco rodaje consecutivo lo que lleva a la clase política a no poder ponerse de acuerdo en algo que redundaría en el bien común (lo que se suele buscar en política según los libros que se dedican a ello). Los constantes quiebres que se producen políticamente no le dan aire a ningún proyecto, como si se volviera incesantemente a la paradoja de estar siempre en la línea de largada.
De la radicalización al dialoguismo, de los autoritarios a los conciliadores o de los padres de la democracia a los tibios; la historia política argentina no ha sabido de diálogos en serio, ni de políticas a largo plazo que dejen fuera los intereses partidarios y pongan en primer lugar los intereses de la Nación. Muchos pueden afirmar que sentar las bases de un sistema de este tipo tiende a derechizar mucho el rumbo político de un país. Pero en tiempos donde el péndulo ideológico sólo tiende a moverse 5 grados hacia cada lado de las tendencias, las necesidades de un futuro de proyección unificada y no de peleas partidarias internas harían una diferencia desde un proyecto a largo plazo. Para que este por ahora se transforme en un para siempre.

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