"Nunca hubo un monumento de cultura que no fuera un monumento de barbarie. Y así como la cultura no está exenta de barbarie, no lo está, tampoco, el proceso de transmisión de la cultura. Por eso, en la medida de lo posible, el proceso histórico se desvía de ella. Considera la tarea de comprenderla como un cepillar de la historia a contrapelo" WALTER BENJAMIN

sábado, 26 de junio de 2010

Fútbol


¿Qué es el fútbol?¿Cuál es su verdadera esencia?¿La del jugador que da la vida por su camiseta o la del empresario que llena sus bolsillos y toma a esa persona como una mercancía más?¿Dónde encontrar la génesis y los valores que llevan a este simple deporte a no conocer de fronteras y erigirse como el más importante del planeta Tierra?
Es raro encontrar un deporte cuyas raíces no hayan nacido en las clases altas, que tenían el suficiente tiempo de ocio dentro de sus tareas de subsistencia para poder generar algún tipo de aporte a la cultura desde las actividades físicas. El fútbol no fue la excepción y nació dentro de la aristocracia inglesa, puntualmente dentro de las escuelas privadas de primer nivel en el apogeo de la post revolución industrial y el ingreso al imperialismo que acompañaría a la corona británica durante el siguiente siglo. Lo raro de este deporte es la forma en que fue tomado por las clases populares y practicado hasta el hartazgo, de tal manera, que los países claramente emergentes fueron quienes rápidamente dominaron su práctica y relegaron del favoritismo a quienes lo inventaron o le dieron un marco normativo.
Esa es una de las primeras características salientes del fútbol a nivel mundial, ya sea por la facilidad de cobijar a 22 personas con una sola pelota o por la practicidad de poder improvisar un arco con dos remeras, los países que se conocen como poderosos en el deporte no coinciden para nada con las naciones más poderosas del mundo. Los Estados Unidos están dando sus primeros pasos y siguen siendo un participante menor del fútbol mundial, Inglaterra navega en su propia mediocridad hace años, las grandes naciones europeas (a excepción de Alemania) no logran mantenerse en la cima del mundo y pagan su falta de continuidad con decepciones casi pegadas a algún campeonato y los poderosos países asiáticos siguen en deuda si en algún momento fueron promesa. Distintos son los casos de las naciones emergentes, sobre todo de Sudamérica (claramente encabezados por Argentina y Brasil) y la promesa que crece lentamente pero sin pausa en las entrañas de África. El fútbol propicia esa dulce venganza contra quienes han manejado hasta hoy los hilos del mundo.
La pasión popular es la clave de países como el nuestro, que ven en el fútbol un reflejo de su forma de vivir. No en la remanida frase de “se juega como se vive”, sino en un aspecto mucho más profundo. En realidad se juega como se puede, no importa la forma y mirando solamente el objetivo; la Argentina hace rato que se volvió resultadista en la vida y se olvidó del cómo se hacen las cosas. “El fin justifica los medios” es claramente el paralelo a “ganar es lo más importante”. Aunque, nobleza obliga, se puede encontrar un cambio viendo al equipo de Maradona en el mundial y la alegría que el pueblo comienza a mostrar en la calle hace que una embrionaria esperanza comience a teñir el destino cercano del país.
Por lo tanto, la pasión y la alegría son características fundamentales para encarar tanto una contienda deportiva como la vida de un país. Que no le quiten la alegría al pueblo es la idea fundamental del progreso de una nación. Un pueblo feliz hace que sea más proclive a la unidad, que sea más proclive a la unidad hace que sea mucho menos vulnerable y la falta de vulnerabilidad lo erige como un pueblo que se hace cargo de su historia y sus costumbres para darle pelea al futuro con muchas y mejores armas.
Entonces volvamos al principio ¿qué es el fútbol? El fútbol sigue siendo el barrio, los amigos que forjaron nuestra infancia, las primeras competencias, las primeras peleas o las desilusiones. El fútbol sigue siendo mi viejo que ya no está, las tardes compartidas en la cancha, los partidos de los mundiales pegados a la tele, los eternos abrazos ante cada gol del equipo de nuestros amores y la eterna discusión de distintas generaciones que veían y sentían el fútbol de manera muy distinta. También el fútbol significa las primeras ilusiones truncadas de querer ser jugador, las maratónicas tardes en las canchas del ascenso cuando daba mis primeros pasos como periodista, la emoción hasta el llanto de aquel gol de Burruchaga que nos hizo campeones del mundo o la inmensa felicidad de decirle a mis hijos que yo pude estar varias veces en una chancha viendo en vivo a Diego Maradona. Todas esas cosas rodean al fútbol y hacen que no importe ni el negocio, ni el dinero ni nada. Pero su esencia está muy lejos de todo eso y no se aloja ni en las teorías, ni en el análisis, ni en la política; lo que hace realmente grande al fútbol descansa los sentimientos.

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